En los últimos nueve años, Guatemala ha reemplazado a México como el país que más envía migrantes por vía irregular a Estados Unidos. Y otros guatemaltecos vienen a trabajar en Cancún, Playa del Carmen, las fincas de Chiapas y la Ciudad de México como estrategia de supervivencia y ahorro. Guatemala vive ahora lo que México vivió en otro momento: un éxodo de su población hacia el extranjero en búsqueda de mejores oportunidades y alternativas de vida.
Escribo estas líneas desde San Antonio Huista, Guatemala, no muy lejos de Chiapas, y parte del departamento de Huehuetenango, de donde ha salido el número más importante de migrantes tanto a México como a Estados Unidos. Durante esta semana, hemos recorrido varios municipios en Huehuetenango, gracias a la invitación de la Asociación Pop No’j, que trabaja en comunidades mayormente indígenas, y en compañía de Luis Argueta, un cineasta guatemalteco, quien ha hecho varias películas sobre la migración.
No quisiera pretender entender todas las razones por las cuales los guatemaltecos están saliendo de su país en estos momentos, pero la frase que hemos escuchado más que nada es “falta de oportunidades”. En algunos casos es la pobreza en sí que hace que la gente emigre, una estrategia para dar lo mínimo a la familia, pero muchas veces es también una estrategia para diversificar la economía familiar, generar ahorros y poder comprar terrenos, cubrir gastos de salud o pagar colegiaturas de los hijos para que estudien una carrera. Migran por igual los más pobres, quienes no tienen nada, que los menos pobres (que siguen siendo bastante pobres también, pero ya tienen tierra y techo), porque hay pocas otras oportunidades de progreso familiar y a veces de supervivencia básica.
Lo más probable es que esta migración continúe muchos años, como pasó con México, y algún día disminuirá cuando el país esté mejor desarrollado, como también pasó en el caso mexicano. (Eso no es decir que México está perfectamente desarrollado, pero sí tiene más ingreso en promedio, más acceso a educación y salud y más posibilidades de acceso a crédito que hace 30 o 40 años cuando empezó el auge de la migración mexicana.)
Para los países de acogida de migrantes guatemaltecos, México y Estados Unidos, no hay forma real de controlar la migración de Guatemala (ni de Honduras), pero sí de manejarla inteligentemente, creando opciones de migración legal con visas de trabajo, asegurando la protección humanitaria a los que la necesitan y manteniendo políticas de control fronterizo profesionales y apegadas al estado de derecho. Hay que asumir que habrá migración, pero esa migración será mucho mejor para todos si es por la vía legal.
Y mientras tanto, habría que ver cómo ayudar a las familias en Guatemala para tener una mejor calidad de vida que haga más atractivo quedarse en sus comunidades y en el país, dándoles oportunidades reales que sirvan como contrapeso a las inercias migratorias.
En el caso guatemalteco, esto tiene dos vertientes. Por un lado, hay una ausencia evidente del estado en las comunidades más pobres y sobre todo en las indígenas. Falta lo básico: escuelas, médicos, caminos y carreteras que conectan a las comunidades. La economía sigue siendo bastante rural, con mucho impacto de los cambios medioambientales en la producción del café y otros productos. Y falta empleo formal en las zonas más urbanas.
Por otro lado, hay problemas estructurales que no permiten avanzar en estos temas. Una falta de institucionalidad gubernamental con cobertura nacional. Una corrupción profunda y asfixiante. Y una división marcada entre la minoría mestiza y la mayoría indígena.
Pensar en cómo abordar la migración —por lo menos dar oportunidades a no migrar a la gente— es una tarea titánica y pasa por las dos vertientes por igual: por un lado, atender necesidades básicas y, por otro lado, cambiar los problemas estructurales.
Por supuesto que estos desafíos no son de todo diferentes que algunos en México, pero están en un grado y profundidad mucho mayor, con muchas más dificultades para avanzar efectivamente en el corto plazo. Ahí hay una agenda pendiente para los pueblos de México y Estados Unidos que pueden coadyuvar a soluciones en el país vecino.
Presidente del Instituto de Políticas Migratorias.
Twitter: @seleeandrew