Todos sabemos que Estados Unidos es un país de inmigrantes. Distintas olas migratorias han formado lo que ahora es el pueblo vecino. Migrantes de Europa, África, Asia y Latinoamérica han llegado en distintos periodos para empezar de nuevo su vida en el país. Junto con los pueblos originarios, que fueron desplazados por estas llegadas pero sobrevivieron, forman hoy el tejido social complejo que es la sociedad estadounidense. Hoy en día, uno de cada seis estadounidenses es nacido en el extranjero, y uno de cada cuatro niños en el país tiene por lo menos uno de sus padres nacidos en el extranjero.
La historia de Canadá no es tan distinta, con más de uno de cada cinco canadienses nacidos en el extranjero, y la gran mayoría del resto de su población descendientes de migrantes de otros lados, al lado de los pueblos originarios que aún preservan sus identidades distintas. Igual Australia, donde uno de cada cuatro residentes nació en el extranjero, al lado de pueblos originales que conservan identidades propias.
La historia de México es distinta. Decía José Vasconcelos que México se forjó como una “Raza Cósmica” entre los pueblos indígenas y los conquistadores españoles. Nunca fue de todo cierto este retrato, sobre todo porque México sí conserva un importante porcentaje de la población de pueblos originarios que han mantenido un sentido de identidad propia, algo que poco a poco se ha ido reconociendo cada vez más en las últimas tres décadas. También había esclavos africanos en algunas partes del país, aunque nunca en la escala de Brasil o Estados Unidos. Pero además México siempre ha tenido otras migraciones, pequeñas pero importantes, que han ido nutriendo su tejido social, más allá de los españoles que llegaron durante la colonia.
Desde finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX llegaron judíos huyendo de la persecución en Europa y el Medio Oriente, la diáspora libanesa buscando oportunidades económicas, migrantes chinos buscando mejores condiciones de lo que tenían en Estados Unidos, afrodescendientes inmersos en los intercambios económicos de la Cuenca del Caribe, refugiados españoles huyendo de la guerra civil, refugiados sudamericanos escapándose de las dictaduras de los años 70, estadounidenses buscando mejores oportunidades al sur y refugiados guatemaltecos y salvadoreños escapando de las guerras civiles en los años 80, además de otros grupos.
En las décadas recientes, cuando se habla de migración en México, en general se refiere a los millones de mexicanos que fueron a vivir a los Estados Unidos o quizás los centroamericanos que pasan por México para llegar ahí.
El grupo de migrantes más grande, por mucho, son los estadounidenses, oficialmente unos 740 mil pero quizás entre un millón y 1.5 millones viven ahora en México. Algunos de ellos son jubilados o trabajadores de empresas multinacionales, pero la gran mayoría de estos ciudadanos norteamericanos son hijos o cónyuges de mexicanos que han retornado al país.
Estas poblaciones son, en términos porcentuales, todavía chicas. Son menos de uno o dos por ciento de la población de México, aunque en algunas partes del país quizás llegan a ser muchos más. Además, el grupo más grande tienen en su mayoría alguna herencia mexicana, y muchos de los otros (aunque no todos) son hispanohablantes.
Sin embargo, algo está pasando en México. Es claro que éste no va a ser Estados Unidos, Canadá o Australia, pero cada vez más se está volviendo un país de inmigrantes también, sobre todo en algunas regiones. Esto, entonces, nos lleva a preguntar, ¿México necesita una política de integración de inmigrantes, que busca incorporarlos en la sociedad, la economía y el sistema escolar? ¿Y hay formas en que el gobierno federal pueda apoyar a los gobiernos municipales y la sociedad civil en estos esfuerzos, que se están dando ya de forma local? Es una pregunta que apenas empieza a hacerse.
Presidente del Instituto de PolíticasMigratorias (MPI)