En estas dos semanas hemos visto dos convenciones de los dos partidos principales en Estados Unidos bastante distintas, que muestran una sociedad más polarizada que nunca, por lo menos comparado a otros momentos en las ultimas tres décadas. Ya que tengo niños chiquitos, confieso que no he tenido tiempo para ver todo lo que transcurre en los dos —esas horas están reservados a poner a dormir a los chicos y luego colapsar uno también. Pero he visto lo suficiente para sacar algunas conclusiones que muestran las brechas que estamos viviendo en el país.
La convención demócrata, la semana pasada, intentó demostrar la pluralidad del país, con personas de distintas razas, etnicidades y experiencias en el país como ponentes. Incluyó políticos desde el centro-derecha, incluyendo algunos republicanos que han decidido apoyar a Joe Biden, a la extrema izquierda del partido demócrata. Su mensaje fue de un regreso a la normalidad después de cuatro años de Trump, y Biden trató de proyectar su competencia como líder político para manejar las múltiples crisis que aquejan la nación.
Sin embargo, a pesar de esa mirada de unidad, hay diferencias en el partido demócrata entre los que tienen una orientación más moderada y pragmática, como Biden y su compañera de fórmula Kamala Harris, y la ala izquierda del partido, que incluye los ex precandidatos presidenciales Bernie Sanders y Elizabeth Warren, así como la congresista telegénica Alexandra Ocasio-Cortez, quienes quieren una línea mucho más de cambio estructural del sistema económico. Esas divisiones están, por ahora, sanadas, porque todos quieren ganarle a Donald Trump, pero refleja dos visiones del país y dos estrategias distintas, que tendrán que dirimirse en algún momento.
A diferencia de esto, la convención republicana sí tiene un mensaje más claro y contundente de cambio, o de seguir los cambios que ya empezó Trump. El partido ya no es ese pacto entre conservadores económicos, más ligados a la comunidad empresarial, y conservadores sociales, más ligados a las iglesias, que antes existía, sino el partido de Trump, y eso es el partido de un conservadurismo social profundo. Pero Trump ha reformulado el conservadurismo social alrededor de su personalidad, combinando mensajes acerca de los valores religiosos con otros de carácter más secular sobre el orden social, el control de la frontera y la mínima interferencia del gobierno en la vida de la gente. Es una visión ligada a él, que genera adeptos y adversarios, más que a un partido programático.
Si la apuesta de Biden es construir una coalición amplia de votantes que van desde el centro-derecha hasta la izquierda, la apuesta de Trump es energizar su base política dura. Y es probable que gane Biden, porque todas las encuestas nos dicen que Biden está apelando a una coalición mucho más amplia y mayoritaria (y hay mucho desencanto y descontento con Trump). Ahora va arriba unos 7 o 8 puntos a nivel nacional en promedio en las encuestas. Pero tampoco hay que descartar que Trump puede animar a una base dura minoritaria pero importante lo suficiente para ganar en los estados claves, como hizo la vez pasada.
No sabremos hasta que estén contados los votos el 3 de noviembre —o quizás unos días después ya que estamos en tiempos poco normales y muchos votaremos por correo esta vez. Pero con las dos apuestas tan distintas, habrá dos futuros muy diferentes en juego.
Presidente del Instituto de Políticas Migratorias (MPI). @SeleeAndrew