Hoy me tocó una experiencia inédita, de participar en un panel con la hermana Norma Pimentel, la muy respetada religiosa que conduce el albergue para migrantes en Brownsville, Texas, el más solicitado de los albergues del lado estadounidense de la frontera compartida. Dedicada a la humanidad de los migrantes, sean quienes sean, escucha sus sueños, convive con sus tormentos y los acompaña en sus planes para empezar una nueva vida al norte de la frontera.
Pero hoy no hay migrantes llegando a su albergue. Había unos 800 a la semana en la primavera, cuando la migración centroamericana estaba en su apogeo, pero ahora son unos 20 o 30 semanales, nos cuenta, porque todos los demás se quedan a esperar la resolución de sus casos en Tamaulipas, uno de los estados más violentos de México. Viven en tiendas de campaña precarias o en la calle familias enteras, muchas veces con niños chiquitos, después de que el gobierno de Estados Unidos los regresara al país vecino bajo el Protocolo de Protección al Migrante (MPP, por sus siglas en inglés), a veces llamado “Quédate en México”.
Ni el gobierno de Estados Unidos ni el gobierno de México se hace cargo de estas familias que se encuentran desamparadas en un ambiente salvaje y peligroso, con un horizonte incierto con casos que se mueven lentamente (y caóticamente) por el sistema de tribunales migratorios de Estados Unidos.
La hermana Norma fue uno de los muchos ponentes invitados a participar en la cumbre anual del Foro Nacional de Inmigración (National Immigration Forum), una organización que trata de construir puentes entre grupos muy distintos para abordar temas migratorios. Los otros panelistas del día eran líderes evangélicos, empresarios, jefes de policía, periodistas, activistas conservadores y dos senadores de Estados Unidos, uno republicano, el otro demócrata, tratando de imaginar lo que podrían ser políticas públicas que permiten el control migratorio necesario pero con más justicia y más compasión de lo que ahora se muestran.
A diferencia de muchos eventos de esta naturaleza, este en particular se distingue por tener participantes de muy distintas ideologías y profesiones, así que se sientan juntos policías con pastores, campesinos con religiosos, empresarios con académicos. Parten de la idea de que el tema migratorio es importante para Estados Unidos, pero no se resuelve con un partido, un grupo o un enfoque único, sino a través de diálogos difíciles entre personas de diferentes puntos de vista y muy distintos puntos estratégicos para aportar a la solución.
Han faltado este tipo de esfuerzos incluyentes en el tema migratorio, así como en muchos otros temas que tocan nuestros valores e identidades profundos. ¿Cómo cuadrar el deseo de mantener el estado de derecho con las necesidades de los que migran por situaciones de violencia? ¿Cómo controlar una frontera conflictiva y al mismo tiempo tratar con dignidad a todos? ¿Es más importante un inmigrante profesional que un jardinero, no en términos morales sino económicos? No son preguntas con respuestas fáciles (ni únicas), pero son necesarias de preguntar.
Por hoy, simplemente mi respeto para Ali Noorani y su equipo en el Foro Nacional de Inmigración por provocar estas conversaciones difíciles y necesarias, y para la hermana Norma por su convicción de que todo ser humano vale igual que todos los demás, y merece ser tratado siempre con dignidad, aún en sus momentos más vulnerables.
Presidente del Instituto de Políticas Migratorias