Tanto el presidente Andrés Manuel López Obrador como el presidente Joe Biden han puesto énfasis en la importancia de colaborar en transformar las economías y sociedades de los países centroamericanos, que son fuente de la gran mayoría de migrantes que llegan a México y los Estados Unidos.
Sin embargo, realizar un esfuerzo para cambiar las condiciones en Guatemala, Honduras y El Salvador, que propician la salida de cientos de miles de personas, no es nada fácil. Para empezar, no hay una hoja de ruta para este esfuerzo transformador en países que tienen Estados débiles, clases políticas rapaces, sociedades fragmentadas y necesidades apremiantes. Y no sólo es un tema sobre qué hacer para cambiar la situación en estos países, sino también que requiere decidir con quién trabajar.
En el pasado, los esfuerzos internacionales por coadyuvar al desarrollo en estos países han apostado por la colaboración estrecha con los gobiernos de los tres países, pero cada vez más hay un reconocimiento que algunos líderes en la clase politica en Centroamérica probablemente sean más parte del problema que de la solución. ¿Cómo, entonces, escoger a los socios confiables en estos países quienes sí están tratando de cambiar la situación de su país y no caer en la trampa de quienes solamente quieren beneficiarse de sus poblaciones?
No es factible pensar en dar la vuelta a los gobiernos electos de los tres países, aun si pesan preocupaciones reales sobre algunos de ellos (si no siempre sobre los mandatarios mismos, por lo menos sobre congresistas y otros lideres políticos relevantes). Aún así, muchas de las actividades que se tendrán que hacer para hacer frente a la pobreza, el desempleo, la violencia generalizada y la destrucción paulatina del medioambiente requieren de acción gubernamental. Al mismo tiempo, se necesita también empoderar a nuevos actores sociales, empresariales y políticos con vocación de cambio en estos países, muchos de ellos al margen de (o en franca oposición) a los gobiernos.
Las visiones del gobierno mexicano y del gobierno estadounidense son bastante contrastantes en este punto. López Obrador, heredero de una larga tradición de no intervencionismo mexicano, prefiere una estrategia en que la cooperación internacional llegue directamente a los beneficiarios, sin mucha intervención de los gobiernos nacionales. El programa “Sembrando Vida”, por ejemplo, que él ha pregonado para remediar el desempleo en Centroamérica, tiene esa ventaja de no generar grandes burocracias ni controles gubernamentales sobre los beneficiarios.
En cambio, Biden y su vicepresidenta Kamala Harris prefieren una estrategia que busca romper las ataduras del pasado e implantar estructuras de contrapesos institucionales y vigilancia ciudadana sobre la actividad oficial, además de programas manejados mayormente por organizaciones no gubernamentales. Esta estrategia tendría que ser operada con la anuencia de los gobiernos centroamericanos, pero también generaría un nivel de confrontación, sobre todo con algunos sectores políticos de estos países.
La propuesta concreta de López Obrador ya está en la mesa. Sospecho que veremos en unos días más la propuesta de Biden, si es que la vicepresidenta Harris viaja a Guatemala, que parece muy probable. Y entonces vendrá un momento para conciliar posiciones entre México y Estados Unidos, quizás en la mesa con el gobierno canadiense, como parte de un diálogo de líderes de los países de América del Norte, en unas semanas. Pero lo que es claro en este momento es que los dos países coinciden en el diagnóstico y en los fines del esfuerzo para dinamizar las economías de Centroamérica, mas no todavía en los instrumentos.
Twitter: @seleeandrew