Washington, la ciudad donde he habitado durante gran parte de mi vida desde niño, vivió su día más turbulento en décadas el miércoles, con una turba que logró entrar al recinto del Congreso para detener el conteo de votos electorales para presidente y vicepresidente. Fue el primer ataque directo en décadas a una de las sedes de los poderes de la nación y fue un recordatorio de lo débil que pueden ser las instituciones de la democracia.
Pero mientras la ciudad está acostumbrada a manifestaciones contra el gobierno, este acto fue provocado desde la misma Casa Blanca por el presidente en turno, un espectro poco usual y profundamente doloroso que sugiere un asalto a la división de poderes. Si bien el presidente Donald Trump finalmente pidió a los manifestantes retirarse del Congreso, no solamente no condenó los hechos, sino que tuvo un papel instigador al incitar a sus seguidores a ponerse bravos para impedir que se reconociera el triunfo electoral de Joe Biden. Dudo que haya tenido injerencia alguna en la planeación del acto mismo, pero fue deliberado en crear el ambiente que propició el ataque y pareció no estar disgustado con los hechos.
Sin embargo, hay también que reconocer que la gran mayoría de líderes gubernamentales en Estados Unidos ha mostrado una gran institucionalidad y respeto hacia la democracia en medio de estos hechos, incluyendo un gran número de líderes republicanos que han actuado a favor de la democracia. Esto empieza con los oficiales estatales encargados de contar los votos, que son de ambos partidos y a veces de ningún partido, y los jueces, nombrados por republicanos y demócratas, que han tenido que decidir sobre los casos legales postelectorales, sin encontrar casi nada de irregularidades.
El líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, también mostró integridad en su decisión de apoyar la certificación de las elecciones, así como el vicepresidente Mike Pence en supervisar un proceso limpio sin poner su dedo en el balance. Ambos mandaron señales claras respecto al ataque al Congreso también, juntos con muchos otros líderes de ambos partidos. Y hay que reconocer a los republicanos que han sido congruentes en todo el periodo de Trump, como los senadores Ben Sasse, de Nebraska, y Mitt Romney, de Utah.
A pesar de cuatro años de un presidente que no respeta las instituciones, ha perdurado el entramado institucional de la democracia estadounidense y el compromiso de la gran mayoría de líderes de todos los partidos con éste. Aun un presidente populista y ególatra fue incapaz de tumbar las instituciones que rigen las decisiones de los ciudadanos y la transferencia del poder en el país. El asalto al Congreso fue simplemente un último intento de quien se va derrotado a quemar todo antes de irse. Trump se va, pero las instituciones y los líderes institucionales se quedan.
Eso dicho, también hay que reconocer que sí vive algo oscuro y peligroso en el seno de la sociedad estadounidense que permite que una turba, mayormente compuesta por grupos de nacionalistas blancos, allane la sede del poder de la nación con el amparo del presidente en turno. Trump es causa del envalentonamiento de estos grupos, por los guiños que les ha hecho durante cuatro años y los mensajes aún más claros en días recientes, pero Trump también es producto de ellos y de sectores de la sociedad estadounidense que se sienten marginados y desean un regreso a un pasado mítico.
Hay que enfatizar que la gran mayoría de personas que votaron por Trump no son racistas ni apoyan el allanamiento del Congreso, pero estos grupos son el ala radicalizada y extremista de una población más amplia —también minoritaria pero importante— que sienten que el rumbo del país los está dejando atrás. Algunos temen la secularización de la sociedad, otros la creciente multiculturalidad y otros el creciente alcance del gobierno, pero todos temen lo que ha sido el gran avance del Estado norteamericano, que es construir una democracia cada vez más plural e incluyente con un gobierno que puede atender las necesidades de la población.
Hay debates racionales que se pueden y se deben tener sobre los contornos de la sociedad, el funcionamiento de la democracia y el papel del gobierno, pero hay un sector de la población de nuestro vecino que ya no quiere entrar en estos debates, sino desconfía de todo. Trump no les dio soluciones, pero sí les dio catarsis, y puede seguir siendo un factor político al futuro justo por eso.
Ojalá que los eventos de ayer, que casi nos llevaron al abismo de la división nacional, sirvan para que se empiece a componer la cordura y el diálogo para construir un futuro juntos. La reacción de algunos de los líderes clave, desde el presidente electo, Biden, al vicepresidente Pence, desde la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, al líder del Senado McConnell, y muchos más, me da esperanza de que esto se pueda lograr.