“El mundo no nos espera”, ha dicho la primera mujer Canciller de Alemania y Presidenta Pro Témpore (hasta hace unos meses) de la Unión Europea, Ángela Merkel. Merkel no solo ha sido Jefa de Gobierno de su país por más de 16 años, e indiscutible defensora del legado de integración europea por al menos una década, sino un referente indiscutible de liderazgo político en la actualidad.

Los rápidos procesos de transformaciones y cambios en el siglo XXI exigen más y mejores líderes políticos que puedan hacer frente a los distintos escenarios de crisis, que se presentan incluso sin previo aviso. La prueba más clara de lo anterior es la crisis por COVID-19. En el ejercicio de estos liderazgos, si bien no necesariamente tienen que ser perfectos, sí deben procurar el resguardo del bienestar de la mayor población posible y evitar el falso dilema del “sacrificio de ‘unos cuantos’ (estratos) para beneficio de la mayoría.

Ángela Merkel lo ha entendido muy bien, y sus lecciones están presentes en cada toma de decisión, política pública, discurso y reflexión que, en su carácter de líder nacional y regional, ha tenido que pensar y repensar antes de dar un paso en falso. Pero sobretodo, siendo fiel a sus creencias políticas y visiones a futuro, aún más cuando lo que se discute implica ir en contra de su partido o correligionarios.

Si bien, podríamos mencionar un sinfín de ejemplos en los que Merkel ha aleccionado a sus homólogos y colegas como toda una estadista, los más distintivos de su gestión (por cuatro periodos consecutivos) han sido: el más reciente, su loable reacción ante la crisis sanitaria por COVID-19 imponiendo medidas restrictivas para la movilidad y aglomeraciones (aún durante las festividades, pues una segunda y tercer ola le imposibilitaba aceptar la idea de más de 500 muertes diarias como consecuencia del virus, que ni la misma China había podido controlar); el respeto a la decisión colectiva en 2017 para legalizar el matrimonio igualitario en Alemania (aun cuando votó en contra en el parlamento); el intento de unificar el sentimiento integracionista de la Unión Europea tras la ola migratoria en 2015, incluso después de defender -con todos en su país y en la región en contra- la estrategia humanitaria de “asilo solidario”, del que siguió hablando pese al anuncio del Brexit; y finalmente, la muy acertada estrategia de rescate económico durante la crisis de 2008-11 solo para países que “pudieran controlar sus cuentas, ahorrar y generar empleo”. Casos que, sin duda, dejaron en la molestia a más de un cercano en su partido.

No todo fuera miel sobre hojuelas a lo largo de su gestión, pero el balance es sin duda alguna positivo. No es lo mismo estar bajo el escrutinio público por casi dos décadas y presenciar el cambio generacional tanto de periodistas, analistas y colegas en la política para mejorar las alianzas y tomar decisiones acordes a las necesidades -y no así a los deseos- de la sociedad; a solo permanecer uno o dos periodos (máximo) por “voluntad del pueblo” de manera inmutable, sin sostener políticas y planes que permitan el progreso nacional y del mundo, sin querer marcar la diferencia solo porque “es muy difícil” o “porque las “transformaciones llevan tiempo”.

Más allá de los diagnósticos de analistas y politólogos (alemanes y no alemanes) para tratar de encasillar el liderazgo de Merkel en un tipo “soso”, “aburrido”, “vacilante”, y “pasivo” (lo que a continuación definirían como los principales rasgos del “merkeavelismo”), la mandataria ha sido más decidida, precavida, conciliadora y firme que muchos jefes de gobierno previos.

En este sentido, resulta interesante identificar cómo una visión patriarcal persiste al momento de analizar el gobierno saliente de Merkel. Para muchos colegas en distintas partes del mundo aún siguen acostumbrados a que un “buen liderazgo” es confrontativo, reaccionario, pasivo-agresivo, chantajista y manipulador a la hora de ejercer el poder en todos los niveles. Pero Merkel ha demostrado que no por el hecho de ser mujer y estar en la política, tiene que ejercer el poder igual que los hombres.

Convertirse en la primera mujer al frente de un país, no solo rompió el techo de cristal para más de una mujer profesionista y capaz con grandes y nobles aspiraciones políticas (y, por supuesto, en otros sectores), sino que sentó las bases para un nuevo tipo de liderazgo político regional y mundial.

 
 
Internacionalista por la FES Aragón-UNAM y asociada del Programa de Jóvenes del COMEXI. Especialista en temas de género, transformación digital y redes sociales.
 

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