Uno de los grandes retos de nuestra política exterior desde el inicio de la etapa independiente ha sido lograr un equilibrio entre nuestra soberanía y autodeterminación para cumplir nuestros objetivos nacionales y mantener una relación fluida con Estados Unidos. La reciente reunión entre los presidentes López Obrador y Biden nos demuestra que la relación bilateral está más allá de las formas e incluso, de la mucha o poca afinidad entre los dirigentes.
Muchos han sido los desencuentros entre el presidente López Obrador y el presidente estadounidense. Desde la campaña presidencial en Estados Unidos, el presidente mexicano tuvo varios gestos que parecían mostrar su preferencia hacia Donald Trump, uno de los eventos más emblemáticos fue realizar su primera visita al extranjero para encontrarse con su homólogo norteamericano en un momento en el que fortalecía la avanzada republicana. Al inicio del gobierno de Biden, el reconocimiento de su triunfo y felicitación por parte del presidente mexicano, se realizó de forma tardía.
Entre las diferencias más recientes entre los presidentes podemos encontrar las relacionadas con la Cumbre de las Américas y el caso Assange. La negativa del presidente Andrés Manuel López Obrador a asistir a EUA a la reciente Cumbre de la Américas como inconformidad a la falta de invitación a Cuba, Nicaragua y Venezuela, incentivó la ausencia de otros países centroamericanos que se sumaron al “boicot” del encuentro organizado por el debilitado presidente estadounidense. Las “provocaciones” no terminaron ahí, previo a la visita del presidente mexicano a Washington, éste declaró que si EUA no perdona a Juian Assange debería quitar la estatua de la libertad de NY. En ese tenor se llegó a la fecha del encuentro entre los dos vecinos.
Cierto es que el presidente Biden bien hubiera podido no aceptar o prolongar la fecha para el encuentro con su homólogo del sur para demostrar su descontento con lo ocurrido en la Cumbre. Sin embargo, lo que menos necesita hoy la administración de Biden son más problemas y escándalos que sigan afectando su posición de cara a las próximas elecciones intermedias, por lo que optó por una reunión rápida, sin compromisos y que pasó sin pena ni gloria a los ojos de la opinión pública norteamericana y de sus adversarios que tenían la atención puesta en la política doméstica y la investigación sobre el asalto al Capitolio previo a las últimas elecciones.
Por su parte, el presidente mexicano realizó varias propuestas, tales como: garantizar el abasto de gasolina en la frontera para que puedan cargar en el lado mexicano los automovilistas norteamericanos (situación que de hecho ya ocurre) y poner a disposición de EUA mil kilómetros de gaseoductos. En esta ocasión el presidente López Obrador aprovechó para dejar claro que su apuesta sigue siendo por el incremento de producción petrolera, aunque esto vaya en sentido contrario a la lógica internacional y de paso tratar de que EUA apruebe veladamente esta propuesta.
De los temas centrales en este encuentro, sin duda estaban el control de la inflación y el tema migratorio. La intensión manifestada por el mandatario mexicano de bajar los aranceles se tiene necesariamente que discutir bajo los términos del TMEC, por lo cual podemos esperar que esté presente en la agenda de la Cumbre de Norteamérica en el mes de noviembre, en la que se encuentren reunidos con el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau.
La migración parecía el gran tema del encuentro luego del incremento récord de los flujos migratorios que han están llegando a la frontera estadounidense y a los que se sumó el escándalo por la muerte de más de 50 migrantes encontrados en un tráiler en Texas. La propuesta del presidente López Obrador para acelerar la legalización de la situación de los migrantes y de generar un plan de visas temporales se encontró con la respuesta de un presidente acosado por los republicanos, debilitado ante la ciudadanía y acorralado frente a las elecciones intermedias, que cautelosamente pidió “paciencia”.
Así las cosas, la reunión entre los presidentes Biden y López Obrador demostró que la inercia de la relación bilateral es tan importante que continúa más allá de las formas y a pesar de los personajes en el cargo. Sin embargo, ¿qué cambió con la visita del mandatario mexicano a su homólogo estadounidense? Nada, más allá de riqueza de intenciones y pobreza de acuerdos no existe ningún compromiso que marque ni para bien, ni para mal el presente o futuro de la agenda bilateral.
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