La Reina Isabel II, fallecida el pasado 8 de septiembre no sólo representaba a la más importante de las monarquías, sino también una época, un referente religioso y un negocio rentable para la economía británica.

La Reina, además de ser la jefa de estado del Reino Unido, lidereaba a los países de la Commonwealth, una mancomunidad formada por 54 países vinculados históricamente con el imperio británico y que luego de independizarse decidieron de manera voluntaria pertenecer a esta agrupación como una plataforma de cooperación. En ese sentido, la monarquía también representa la colonización europea, la esclavitud y un modelo agotado y cuestionado en el mundo y al interior del mismo Reino Unido.

El carisma, el poder y -hay que decirlo- la mañas o estrategias luego de estar en el poder 70 años, permitieron a la reina Isabel II, ganarse el apoyo de personajes como Winston Churchill y recuperar la popularidad perdida en los escándalos familiares y principalmente, mantenerse en el poder en un mundo que desde el siglo XIX cuestiona la existencia, pertinencia y legitimidad de las monarquías.

Como líder del anglicanismo y monarca, Isabel II logró mantener la “cohesión” de dos de las instituciones más antiguas, las cuales con moderadas modificaciones y un alto hermetismo han logrado sobrevivir al golpeteo de los tiempos modernos.

Los medios de comunicación hicieron evidente las crisis al interior de la familia real y de la monarquía en el ámbito nacional, regional e internacional.

Cuando desaparece un liderazgo carismático, fuerte y popular difícilmente el sucesor puede mantener intacto el orden prestablecido. El nuevo rey Carlos III no goza de la simpatía general del pueblo británico, ni de la autoridad moral en la mancomunidad de naciones por lo que las grietas de la monarquía se harán manifiestas en el corto plazo.

La visita por el Caribe hace algunos meses del príncipe Guillermo y Kate Middleton (la figura más popular de la monarquía después de la reina Isabel II) puso de manifiesto la inconformidad de la población con la figura colonialista de la monarquía británica. Antigua y Barbuda, de manera inmediata a la muerte de Isabel II empezó la preparación de un referéndum para convertirse en una república.

En el caso de Australia, en varias ocasiones ha dejado ver su interés en convertirse en un República. Sin embargo, hasta ahora, por respeto al fallecimiento de la reina no ha querido pronunciarse a favor de algún cambio político. Por su parte, en Argentina no se hicieron esperar las voces que vislumbran mejores tiempos para el tema de las Malvinas.

Así las cosas, la monarquía huele a polilla, de ahí que se trate de manejar el reinado de Carlos III como una fase de transición hacia el reinado de Guillermo y Kate, una pareja joven que representa mejor a los tiempos modernos. En mi opinión, no sería raro ver abdicar al nuevo rey en favor de su hijo, con la finalidad de darle oxígeno a la monarquía y desacelerar el irreversible proceso de su reforma o desaparición. Los españoles entendieron la necesidad de modernización y traspasaron dicha encomienda a la joven pareja real de Felipe y Letizia.

Difíciles tiempos vive el Reino Unido, cambios en la jefatura de estado y en la de gobierno. Los escándalos políticos, la crisis energética y la inflación son los retos que enfrentarán la nueva primera ministra Truss y el nuevo rey Carlos III.

En la serie The Crown existe una escena donde se le está preparando a la futura monarca y se le dicta que para que exista estabilidad y se mantenga el statu quo británico, la jefatura de gobierno y de estado deben de colaborar bajo estricta confianza. ¿Será capaz Liz Truss de entablar una mancuerna estratégica con Carlos III como la de Isabel II y Winston Churchill? Se antoja difícil. En caso de que esto no ocurra, la figura de Carlos III podría pasar a la historia como el monarca que hirió de muerte a la gran monarquía británica.

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