Después de las dos guerras mundiales y del impacto que causaron en la sociedad alrededor del mundo, muchos fueron los cambios que se generaron. En el ámbito académico surgieron esfuerzos por analizar las condiciones que propiciaban la paz y con ello de forma intrínseca se analizó el conflicto, la guerra y la violencia. Desde los estados se generaron esfuerzos por crear foros multilaterales y mecanismos para la resolución pacífica de controversias.
Al paso de un siglo de tan lamentables eventos se ha logrado evitar una Tercera Guerra Mundial, pero también hay una realidad y es que no se ha logrado terminar con la violencia y que lejos estamos de alcanzar la paz.
A pesar de que el mundo ha cambiado, los conflictos de siempre siguen presentes, algunas veces latentes y otras con escaladas. Ejemplo de lo anterior son los dos conflictos que hoy acaparan titulares, la guerra de Rusia-Ucrania y el conflicto de Israel-Hamás, ambos de larga data. A pesar de que ni Europa, ni Estados Unidos, ni la mayoría de los países del mundo árabe quieren una guerra en este momento, ambos conflictos han escalado, manteniendo al mundo en un estado de tensión e incertidumbre y generando sufrimiento a miles de seres humanos sin que la diplomacia y el multilateralismo puedan hacer algo.
El triunfo en las recientes elecciones rusas de Vladimir Putin, el desvanecimiento de la oposición y la tensión en el Medio Oriente, ofrecen un panorama propicio para continuar la guerra con Ucrania hasta lograr un avance que signifique una victoria plausible para el presidente ruso.
En el caso de Israel, el escenario se complejiza cada día más. El ataque de Hamás y el más reciente desde Irán, demuestran el gran conocimiento que sus enemigos tienen de Israel y que existe una estrategia de gran precisión para crear una encrucijada que haga el suficiente daño para poner a Israel contra las cuerdas, pero no tan potente como para incentivar una respuesta inmediata con apoyo internacional de gran escala como lo desea Netanyahu. Lo cierto es que, si bien Irán no dañó ningún punto neurálgico de Israel, ha inmerso al mundo en un importante escenario de tensión. Además, lo que sí logró es tener una prueba real y un mapeo del sistema de defensa y respuesta de Israel y de sus aliados, prueba que le generó un gran gasto a Israel por cada dron derribado, en relación a la “pequeña” inversión de Irán que no mostró ni una parte de su armamento más letal.
Así las cosas, en la ONU reuniones van, reuniones vienen; en la Corte Internacional de Justicia, demandas van, demandas vienen; en las ONG, condenas van, condenas vienen y en los estados en conflicto, las sanciones ni les van, ni les vienen.
Y es ahí, en esos organismos y en esa CIJ que parecieran paralizadas ante los grandes conflictos, en donde México presenta su denuncia contra Ecuador al ingresar a su sede diplomática, por la violación de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961. Un importante momento para México que fácilmente saldrá triunfante, más allá de lo cuestionable y de las fallas de la diplomacia entre ambos países en los últimos meses.
El incumplimiento de la Convención de Caracas respecto al asilo del exvicepresidente Glas es argumento de los dos países y es debatible. Pero, en el hecho de romper la inviolabilidad de la embajada, no hay duda, Ecuador se equivocó.
Aunque pareciera que la diplomacia está hecha para romperse y, que de hecho se rompe diariamente, no todos los países pueden hacerlo. Mientras llueven las demandas sobre violaciones a derechos humanos en el conflicto de Rusia- Ucrania y de Israel-Hamás, los ojos de la CIJ estarán puestos en anotarse un gol sancionando a Ecuador y defendiendo la más alta diplomacia, poniendo de relieve que ante el Derecho Internacional todos los estados son iguales y que, parafraseando a George Orwell “algunos son más iguales que otros”.