Luego de que la política exterior parecía estar relegada por el presidente en los primeros años de su gobierno, hemos observado que en este año México ha tenido una intensa participación en el ámbito internacional, que va desde su postura como mediador en el tema Venezuela, las propuestas de integración regional realizadas desde su presidencia en la CELAC, los Diálogos de Alto Nivel con EUA hasta su participación en la próxima reunión del G20 en Roma, Italia.

Respecto a la relación bilateral con EUA, sin duda la más importante para nuestro país, pareciera que más allá del discurso incendiario en contra de la OEA y la injerencia norteamericana, en los hechos nos hemos alineado a las exigencias de EUA, las cuales apenas empiezan y, al estilo de Biden, han sido por la vía diplomática.

Si bien nos estamos moviendo hacia el alto nivel en la política exterior, vale la pena analizar si ocurre lo mismo en el plano de la política interior. La lógica exigiría que sí, ya que los compromisos internacionales adquiridos necesariamente conllevan un paralelismo con las acciones y políticas públicas a nivel nacional que acompañen y respalden dichos acuerdos.

Las interrogantes sobre la congruencia de lo externo y lo nacional surgen, por ejemplo, al observar el reciente Diálogo de Alto Nivel de Seguridad (DANS), el cual puso en marcha el nuevo acuerdo bilateral “Entendimiento Bicentenario”.

El Entendimiento Bicentenario trata de marcar un diferenciador con su antecesor, la Iniciativa Mérida, a través de una propuesta integral de corte social que atienda las causas de la inseguridad desde la salud pública.

La primera reflexión que surge es si ¿en verdad es motivo de celebración que luego de 12 años con la Iniciativa Mérida y diferentes partidos políticos en el poder, más allá de avanzar hayamos alcanzado los peores niveles de homicidios, proliferación de cárteles, impunidad y corrupción? Es decir, que las capacidades del Estado y la colaboración conjunta en materia de seguridad prácticamente no sirvieron de nada y sumaron a una década perdida.

Por otro lado, es difícil creer que la firma de un acuerdo (otro más) con EUA detonará un cambio en la “estrategia” de seguridad basada en “abrazos y no balazos” y la militarización, la cual a todas luces ha sido fallida.

El éxito del “Entendimiento Bicentenario” hasta ahora se antoja más en el plano de lo político y en función de los intereses norteamericanos, al abonar al discurso del presidente López Obrador que culpabiliza al pasado, más allá de responsabilizarse por el presente que le toca. Además, el canciller Ebrard suma puntos a su carrera presidencial con el protagonismo en los asuntos que convocan a los actores estratégicos para México. Por otra parte, Biden asegura la figura de México como “tercer país” en materia de seguridad, como un muro para frenar la migración de Centroamérica hacia EUA, que tanto ha golpeado a su actual administración.

El pilar que sustenta a los acuerdos internacionales, es la política nacional, y en ese ámbito los avances son débiles o inexistentes. Debemos de ser analíticos sobre aquello que pactamos y festejamos en el alto nivel y que será irrealizable mientras en el plano nacional se siga con pactos políticos y diálogos de bajo nivel.

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