Ya llevaba un año en el gobierno Andrés Manuel López Obrador y un economista que trabajó en el gobierno de Peña Nieto me dijo que las obras del nuevo presidente eran mínimas en términos de costo para el erario. Suenan rimbombantes, pero realmente no pintan en el presupuesto de un país como México, fue más o menos su forma de querer tranquilizarme ante las preguntas que le hacía sobre lo que desde entonces se veía como un despilfarro de recursos.
Tengo curiosidad en saber si hoy sigue pensando lo mismo, con las cifras reales de lo que han costado las obras faraónicas de Andrés Manuel López Obrador. Más aún, si tomamos en cuenta lo que los economistas llaman el costo de oportunidad. De no haber destinado miles de millones para obras que no serán rentables, por lo que seguirán requiriendo inyección de recursos públicos ¿en cuántas escuelas públicas se podría haber mejorado la infraestructura? ¿Cuántos hospitales de primer mundo –sí, como en Dinamarca– tendríamos hoy con esos dinerales?
Si volteamos a ver las cifras de las principales obras que enorgullecen a López Obrador, es evidente que México podría ser hoy un país transformado, al estilo de lo que falsamente pregona el presidente, de haberse invertido bien estos recursos.
En primerísimo lugar está el AIFA. Es un buen aeropuerto regional, cuyo costo es más el de un hub nacional ultramoderno. A finales del 2023 ya se le habían invertido 115 mil millones de pesos. A ello hay que sumarle los 331 mil millones que costó cancelar el NAIM. Según datos de la Agencia Federal de Aviación Civil (AFAC), hasta finales del año pasado el AIFA solamente movía al 1.4 por ciento de los pasajeros nacionales y extranjeros.
El Tren Maya debería haber costado 156 mil millones de pesos. En el proyecto ante Hacienda para demostrar que cumplía con el requisito de ser una obra cuyo costo fuera menor que su beneficio, se fijó en poco más de 400 mil millones el umbral en el que ya no sería una obra rentable. Pues para este 2024 la inversión en el Tren será de 516 mil millones de pesos.
Además de ser el ejemplo perfecto de un ecocidio por la cantidad de árboles que hubo que talar para que pasaran las vías del tren –y no existe claridad sobre qué se hizo con toda esa madera, por cierto– ha sido un fracaso como medio de transporte.
En la mañanera del lunes, el director del Tren Maya, el general Óscar David Lozano, informó que en los dos meses que ha estado funcionando (es un decir) el Tren, han transportado a mil 787 turistas internacionales. Esa cifra, que debería ser una vergüenza, se presume con orgullo.
No tenía ni dos meses de inaugurado el Tren Maya cuando la venta de boletos tuvo que ser suspendida por las fallas que presentaba. En el trayecto Cancún-Campeche han arrancado con retrasos de hasta dos horas y, ante las fallas los pasajeros del Tren han tenido que ser trasladados ¡¡¡en autobuses!!!
En el caso de la refinería de Dos Bocas, Tabasco, el sobrecosto se ha ido de 8 mil millones de dólares a 18 mil millones. Y es la fecha en que no se logra refinar nada. Algunos dirán que así está mejor porque actualmente Pemex pierde dinero por cada barril refinado. La columna de Pablo Hiriart de ayer en El Financiero es muy clara en esta debacle de la que debiera ser la gran “empresa productiva del Estado”.
Los números rojos y las fallas se extienden si hablamos de Mexicana, del proyecto turístico de las Islas Marías, del Tren Toluca-México…
Lo más sorprendente es lo que acaba de declarar el presidente López Obrador esta semana: que dejará al próximo gobierno una lista de recomendaciones de proyectos de infraestructura a realizarse y de las cuales “estoy seguro que me van a hacer caso”.
Así que ya sabemos. Por obras faraónicas, costosas y sin rentabilidad, aún habrá más.