Por un lado, el presidente López Obrador ha querido vender la idea de que la contienda presidencial ya la ganó Morena. Que ese arroz ya se coció. Que la oposición no tiene nada que ofrecer más que el regreso al pasado. O es la transformación o es la mafia del poder.
Por el otro lado se dice y se repite que el Presidente es un genio para las campañas. Que si bien no ha sabido gobernar el país, estos cinco años ha mantenido encendido el modo campaña y con ello se habla primordialmente del tema que López Obrador pone en agenda en la conferencia mañanera.
Pero estos días ha sido muy claro que el Presidente está tan obsesionado con que su transformación no se acabe el 1º de octubre del 2024 y con su intención de que sean dos en la silla presidencial a partir de esa fecha, él y Claudia Sheinbaum, que no se ha percatado de una serie de errores que ha cometido.
En primer lugar, al haber adelantado los tiempos cuando dio a conocer las reglas de su sucesión en el restaurante El Mayor al día siguiente del triunfo en el Estado de México. A partir de entonces ha expuesto a las corcholatas -a Sheinbaum, Ebrard, Adán Augusto y Monreal- a un conflicto con las instituciones electorales por incurrir en actos anticipados de campaña.
Estas reglas también obligaron a los mismos personajes, salvo a Ebrard, a renunciar a sus cargos antes del tiempo que hubieran querido. Claudia Sheinbaum pretendía seguir al frente de la Jefatura de la CDMX cuando menos hasta septiembre. Ahora se las ha tenido que ver con tiburones de la política que le han complicado el arranque.
Aunado a ello, los aspirantes de Morena están abiertamente en conflicto entre ellos. Por más que las reglas de Morena han pedido que no se ataquen ni se confronten entre ellos, los mensajes que manda cada una de las corcholatas es una puñalada para sus compañeros de partido. Como ejemplo perfecto está la fotografía que publicó Claudia Sheinbaum del periódico de Stanford, en el que aparece ella protestando contra el neoliberalismo ante una visita que hiciera Carlos Salinas de Gortari a la Universidad. Sheinbaum pregunta ¿Y ustedes en dónde estaban en 1991? Lo hace sin mencionar a Ebrard, pero es evidente que es un dardo en su contra. ¿En dónde estaba Ebrard en ese momento? En el PRI, en el gobierno de la Ciudad de México que encabezaba el cercanísimo a Salinas, Manuel Camacho Solís.
Esta rivalidad ha sido motivada por un Presidente que no permite una competencia democrática dentro del partido. Un Presidente que le gusta acaparar reflectores y detesta compartirlos. Así, cada aspirante no piensa más que en ganar sus simpatías para desbancar a Sheinbaum y la ex Jefa de Gobierno no piensa más que en la forma de mantenerse como la favorita.
Pero quizás su más grande error en estos días ha sido darle el reflector que necesitaba a una figura de la oposición fuerte y carismática como lo es Xóchitl Gálvez. La senadora del PAN había dicho que quería ser candidata a la Jefatura de Gobierno de la CDMX. López Obrador la difamó al decir que ella estaba en contra de los programas sociales de su gobierno. Ella ganó una demanda para poder ejercer su derecho de réplica en Palacio Nacional. López Obrador incumplió su palabra y no dejó entrar a Xóchitl a la Mañanera. A partir de este acto, el Presidente le abrió la puerta a la candidatura presidencial.
Sobre Gálvez hay mucho que escribir. Por lo pronto, simplemente anotar que en ella, Morena podrá encontrar a una rival con la historia personal y política adecuada para el momento actual y por ello una contrincante bastante competitiva. Y fue López Obrador quien la puso en los reflectores.