La migración es un fenómeno propiamente humano. Toda la historia de la humanidad es una historia de constantes migraciones. Los procesos de hominización, como han sostenido diversos antropólogos, fueron posibles gracias a que los antepasados del homo sapiens buscaban benéficas condiciones de sobrevivencia. Sin embargo, en la era moderna, sólo puede entenderse en el contexto de las guerras coloniales y las desigualdades del sistema capitalista. El desplazamiento forzado, mediante el peonaje y la esclavitud durante tres siglos de régimen colonial, fue un mecanismo político opresivo que hizo posible la acumulación de riqueza de hacendados y empresarios mineros.

Es durante el periodo neoliberal, con crisis económicas frecuentes y el abandono por parte de los gobiernos de su responsabilidad hacia la protección de los derechos humanos y sociales, que la migración de los países del sur global al norte global se agudizó y adquirió proporciones y características alarmantes. Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones, entre 2014 y 2023 han muerto o desaparecido 8,400 migrantes de México, el Caribe, Centro y Sudamérica, intentando llegar a los Estados Unidos. Del otro lado del Atlántico, 28,200 africanos y 5,700 asiáticos han muerto o desaparecido en el mismo periodo, mientras huían del hambre y las guerras e intentaban llegar, atravesado mares y desiertos, a una Europa que se enriqueció durante siglos de cruenta dominación colonial a costa de esos mismos pueblos de Asia y África.

Concomitante a esos éxodos masivos, los gobiernos de los países del norte global han endurecido sus medidas antinmigrantes y tendido a la militarización de las fronteras. Pero criminalizar la migración no es una solución perdurable, pues como dicen nuestros hermanos del otro lado del río Bravo: “nosotros no cruzamos la frontera, la frontera nos cruzó a nosotros”. La solución tendrá que ser una respuesta compleja y estructural que atienda las causas de la migración: pobreza, marginación, violencia, falta de derechos sociales y civiles.

Los países del norte global que, mediante el saqueo y la explotación de los recursos de los países colonizados del sur, lograron niveles importantes de crecimiento económico y estándares elevados de vida para sus poblaciones, no tienen razón en quejarse de la migración de las hombres, mujeres y niños empobrecidos por sus políticas económicas globales. La migración es un derecho y ningún ser humano es ilegal, pero migrar a causa de la extrema pobreza, la marginación y la violencia es el único camino que les queda a millones de personas que han sido despojadas de todos los derechos.

Crear economías fuertes y bien conectadas, gobiernos democráticos y humanistas, es la ruta que los países de América del Sur tenemos que seguir. Lograr acuerdos internacionales que permitan atender las causas de la migración, donde se apueste por inversiones productivas que regeneren las economías regionales y ayuden a estabilizar a los Estados nacionales a través de políticas de seguridad y desarrollo sustentable, es la respuesta política adecuada que anhelan millones de ciudadanos de Nuestra América y del mundo entero.

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