Propongo una tregua. Que nos sirva para ignorar las cortinas de humo que se despliegan cada mañana intentando nublar la vista de un país donde solo desde el autoritarismo puede mirarse al Covid-19 como un aliado, mientras el resto hacemos lo que podemos para enfrentar la enfermedad y la muerte de personas no solo por el virus, sino por la falta de sustento para sus familias.
Una tregua que permita hacer a un lado discusiones estériles, para centrarnos no solo en el qué, sino en el cómo y con qué vamos a frenar los fallecimientos que ya ascienden a 15 mil personas por esta pandemia, así como las certezas necesarias para que salgan adelante quienes ya carecían de lo más básico, más los 12 millones de mexicanos que han perdieron su fuente de ingresos en los últimos meses.
Una tregua para permitir que sean los funcionarios capaces y responsables y no los aduladores o estrategas electorales, quienes orienten e impulsen las decisiones vitales en este momento, desde recomendaciones tan básicas como el uso del cubrebocas, hasta revertir decisiones inexplicables como el recorte presupuestal a la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas o el freno que se impuso a la generación de energías renovables, que son más eficientes, menos costosas, pero sobre todo favorables a nuestra salud y al medio ambiente.
Una tregua para que la mayoría integrada por Morena, PT, PES y PVEM en el Congreso de la Unión, acepte la necesidad de que el Poder Legislativo sesione de forma presencial y no virtual, con las medidas sanitarias requeridas, como millones de mexicanos lo están haciendo, pero no para cederle al presidente de la República la facultad de asignar y modificar a su antojo el presupuesto como propone en la iniciativa de ley que envío a la Cámara de Diputados, sino para impulsar soluciones como el ingreso vital, que permitiría apoyar durante los próximos tres meses a quienes han perdido su trabajo.
Una tregua para erradicar la práctica del “bombero piromaníaco”, que no sabemos si por ingenuidad o temeridad, se va volviendo costumbre en este sexenio, pues con la misma facilidad que un día enciende la indignación de propios y extraños al anunciar que desaparece el Fondo de Inversión y Estímulo al Cine, (por mencionar un ejemplo) luego recula para recibir gratitud y reconocimiento.
Una tregua para que ni siquiera el gobierno mejor intencionado sea capaz de creer sus propios datos y comprenda que los organismos autónomos que resguarda la Constitución no son ocurrencias neoliberales y que sí, se construyeron sobre la base de la desconfianza, para salvaguardar nuestros derechos fundamentales y defendernos precisamente de los abusos de poder.
Una tregua para centrar el interés nacional en las verdaderas víctimas —que no son los poderosos del “nuevo régimen” atacados por molinos de viento—, sino las mujeres y la niñez víctimas de violencia en sus propios hogares; los estudiantes sin escuela por la falta de tecnología, recursos o acompañamiento familiar para enfrentar la modalidad a distancia; los familiares de desaparecidos o aquellos cuyos derechos humanos se han violentado y que se quedarán sin el apoyo que brinda la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas.
Una tregua para dejar de lucrar con la desesperanza, la necesidad o el dolor ajeno, para rechazar cualquier intento de polarización que pretenda pintar de blanco y negro una realidad que tiene múltiples matices y enormes desigualdades que merecen justicia, no venganza.
Una tregua para erradicar intenciones centralistas, para entender que los contrapesos y los consensos en una democracia, sirven porque dos cabezas piensan mejor que una, porque México es un mosaico de realidades y porque hoy urgen decisiones acertadas, incluyentes y de largo plazo. Vamos mal y tarde, pero siempre es un buen día para unirnos y tomar decisiones acertadas.
Diputada federal mexiquense.
@AnaLiliaHerrera