Regreso a esta casa editorial tras una pausa obligada para competir por la diputación federal en el distrito 27 del Estado de México y me encuentro con que mucha de la discusión pública en torno a los resultados electorales, no es de fondo, sino de forma; se orienta a la construcción de escenarios políticos y se aleja de la consolidación de realidades sociales.

El desprestigio de la política acorta las expectativas y en lugar de analizar los cómo y con qué, la discusión se reduce a saber quién gana o pierde; quién copta o quién claudica; quién amenaza o quién convence.

He vivido muchas campañas, pero el enojo, la desolación y la incertidumbre que encontré entre mis vecinos durante la contienda de este año, no tiene precedentes. Experimenté en carne propia el poderoso e irracional discurso del odio, ese que simplifica al máximo la realidad para lucrar con el prejuicio y la estigmatización, para dividir a la sociedad y ofrecerle una falsa idea de venganza, que no de justicia.

El viejo régimen se niega a morir y hoy lo representan Morena, su gobierno y sus aliados que, al tratar de engañar al pueblo, también se mienten a sí mismos, porque en las calles se respira la impotencia de ver desaparecer instituciones y programas que garantizaban el acceso a derechos fundamentales como la salud, la educación y la alimentación, sin chantajes ni clientelismos.

A falta de resultados y motivaciones positivas, la polarización de nuestra sociedad se utiliza como estrategia política desde el gobierno federal, que centra su mirada en el 42.6% de los votos que obtuvo la coalición Morena-PT-PVEM y cierra los ojos al 39.5% de los sufragios que obtuvo la correspondiente al PAN-PRI-PRD para integrar la Cámara de Diputados Federal, como si nuestra realidad social cupiera bajo el manto de un solo partido (o de una sola coalición) o peor aún: bajo la visión de una sola persona.

Para el filósofo español Carlos Thiebaut, el odio nos acompaña como reducción de nuestras complejidades, pero también como la otra cara siempre amenazante de nuestras convicciones y decisiones. Por tanto, advierte el ecuatoriano Carlos Colina, “la idea no es que la respuesta al daño nos transmute en otros odiadores, es decir, meros especuladores proyeccionistas del odio y, por tanto, otra de sus víctimas, al haber contribuido a extenderlo y perpetuarlo (…) Ante el atropello, la respuesta debe ser el derecho y la justicia, que es a la vez acción y distancia”.

Hoy la sociedad mexicana está harta de pleitos y mentiras, de la promesa de una esperanza hueca y discursiva; exige certezas a todos los partidos políticos y este 2021 ya venció la apatía, el abstencionismo y el miedo a perder un apoyo social. Gracias a su voto, habrá un mayor equilibrio político en la siguiente legislatura federal, aunque fue insuficiente para frenar las ocurrencias y los recortes sin sustento en el Paquete Económico.

A la mitad del sexenio, al gobierno federal le urge dar resultados, en lugar de repartir culpas y pretextos; y a su mayoría oficialista ya no le será tan sencillo tirar la piedra y esconder la mano, pues la reelección legislativa alentará la vigilancia de la sociedad sobre sus legisladores.

Por su parte, la coalición Va por México, tiene el enorme reto de mantenerse unida en torno a los intereses del país, como ya lo acreditó de facto en la actual legislatura, pero también deberá construir con hechos una narrativa firme y propositiva.

Que gane México es la divisa, por eso apostaremos por consolidarnos como una oposición que lleve a la Cámara de Diputados la representación que hoy pretende ignorarse desde el poder. Que prevalezcan la congruencia, la transparencia y la razón, será la única forma de minar la cerrazón y la imposición.

Diputada federal electa para la LXV Legislatura.
@AnaLiliaHerrera

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