Remontar una crisis, de cualquier tipo, no admite espacio para la victimización o la improvisación, mucho menos para la polarización; se requieren acciones inmediatas, sensatas e incluyentes, que marquen el rumbo y nos den certidumbre para remar en conjunto y sacar a flote el barco en el que vamos todos sin excepción. Todos deseamos que la pandemia del coronavirus sea una crisis transitoria, pero para concretar esa aspiración común y acabar con la incertidumbre que inunda nuestras calles, hogares y empresas, se requieren acciones concretas.

¿Qué significado tiene lo dicho por el presidente López Obrador: “Nos vino esto como anillo al dedo para afianzar el propósito de la transformación”?, porque nadie duda que la perseverancia es una de sus cualidades, pero sin sustento, puede convertirse en necedad y afectar a todos los mexicanos, empezando por los más pobres. A menos que los miembros de la autodenominada “Cuarta Transformación” tengan “otros datos”, hasta ahora vamos tarde y muy mal preparados para enfrentar la situación económica y de salud que vivimos.

Un breve recuento, solo para saber dónde estamos parados y la importancia de tomar las mejores decisiones ya: el año pasado, la mala planeación y ejecución del gasto público, ocasionó que el gobierno federal echara mano de más de la mitad de los recursos que había en el Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios, que recibió esta administración gracias a excedentes ahorrados en sexenios anteriores.

Por otra parte, desconocemos el destino que se dará a los 40 mil millones de pesos para gastos catastróficos que se liberaron con la desaparición del Seguro Popular y la creación del Insabi, cuando la infraestructura médica y hospitalaria es francamente insuficiente para enfrentar el Covid-19. Y ni qué decir del nulo crecimiento económico del año pasado, de pagar por no construir un aeropuerto, de la baja en la calificación crediticia de Pemex y de la nula expectativa de que la economía mexicana crezca éste.

Pero más allá del diagnóstico, el reto es aportar y sumar. Desde hace semanas, en la mesa del presidente de la República y de forma pública, los diferentes grupos parlamentarios en el Congreso de la Unión, los gobiernos estatales en el ámbito de sus competencias y desde luego los micro, pequeños, medianos y grandes empresarios, hemos adoptado medidas y presentado propuestas al respecto. Urge entonces que los tomadores de decisiones tengan conciencia plena para replantear estrategias y actuar.

Al propósito, en estos días encontré El cisne negro, de Nassim Nicholas Taleb, una lectura imprescindible para momentos como el actual, donde la única certeza es que nos enfrentamos a un mundo cambiante, que no podemos aferrarnos a lo previsible y que para retomar el control de nuestras vidas y el rumbo del país, necesitamos poner a prueba la creatividad, dejar las zonas de confort y aprovechar las oportunidades que pudiera ofrecernos la situación actual. El denominado “cisne negro”, explica el autor, tiene tres atributos: es inesperado, tiene gran impacto y genera explicaciones a posteriori. En vez de sucumbir al miedo y la incertidumbre, hay que aceptar que la vida es cambio y una sorpresa constante, para navegar de forma exitosa en el torrente de posibilidades que existen.

El gobierno federal debe prestar oídos y hacer la parte que le corresponde para que las familias mexicanas salgan lo mejor libradas posible, pues la pandemia del coronavirus atenta contra nuestra salud, pero también contra la supervivencia de millones de personas que en nuestro país no pueden quedarse en casa, porque deben salir a buscar el sustento económico para tener comida y techo.

“Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas”, resuena más vigente que nunca la frase de Mario Benedetti y debiera recordarnos que, unidos, nunca es tarde para tomar buenas decisiones.




Diputada federal mexiquense.
@AnaLiliaHerrera

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