Tras llenar el Zócalo con medio millón de asistentes, según el cálculo oficial, el presidente López Obrador se envalentonó y buscó con quien medir su grandeza
Como no vio enemigo local digno, buscó afuera.
Enfocó sus baterías al otro lado del Río Bravo porque cree que puede y que no hay nadie que se lo impida.
López Obrador percibe equivocadamente que el presidente Biden —a quien por estrategia deslinda de las agresiones a México— está debilitado dentro de su país y en el mundo.
Hace mal en confundir su vejez con candidez.
En su desdén, olvida que Biden es uno de los políticos más experimentados y que encabeza a la nación más poderosa del planeta. Apuesta a que la supremacía estadounidense ya fue desplazada por los chinos y rusos.
Ya había intentado subirse a ese ring el 9 de marzo, al responderle a legisladores que proponían que Estados Unidos calificara a los narcotraficantes como terroristas.
Hace una semana, se reunió con legisladores de Estados Unidos por cinco horas. A su regreso a Washington, los legisladores expresaron que le dijeron a López Obrador que “debe ‘hacer más’ contra el narcotráfico y ‘la migración desenfrenada’”, según la AFP.
Este lunes el Departamento de Estado dio a conocer el Informe de países sobre prácticas de derechos humanos de 2022, elaborado por la Oficina de Democracia, Derechos Humanos y Trabajo, y compilado por Stephen Eisenbraun, editor en jefe desde 2006 de esa publicación.
El diagnóstico es brutal: “Hay informes creíbles de homicidios ilegítimos o arbitrarios por parte de la policía, el ejército y otros funcionarios gubernamentales; desaparición forzada por agentes del Estado; tortura o tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes por parte de las fuerzas de seguridad; condiciones penitenciarias duras y potencialmente mortales; arresto o detención arbitrarios; restricciones a la libertad de expresión y de los medios de comunicación, incluida la violencia contra los periodistas, entre otros”.
O sea, lo que vemos y reportamos todos los días y a lo que cínica y conchudamente nos hemos acostumbrado.
López Obrador montó en cólera. Martes y miércoles calificó el documento como “un bodrio”; les dijo que no era cierto lo que ahí se decía, que eran unos mentirosos y al área que lo elaboró en el Departamento de Estado lo tildó de “departamentito”.
Y trató de desviar la atención. Pero esta vez, el presidente tuvo respuesta.
Un portavoz del Departamento de Estado, Vedant Patel, dijo que su país no intenta ocultar sus problemas internos "bajo la alfombra" (como otros) y que estos informes intentan promover los principios de "justicia, libertad y la paz mundial".
Fue aplastante lo que dijo el secretario de Estado, Antony Blinken, quien en un comité senatorial afirmó lo que sabemos y percibimos todos los días: que hay zonas del país controladas por el narco.
Pero más allá de la estridencia patriotera hay algo de fondo: el Presidente está en campaña y no puede perder tiempo pues cada vez le queda menos.
Y no habrá maximato tropical si no gana el candidato de su partido.
Ya no hay duda, la elegida #EsClaudia. El Presidente advirtió el sábado pasado que no permitirá zigzagueos y medias tintas. No se arriesgará a los matices de Ebrard o a que Adán pierda la elección
Solo esperamos que la doctora, como alumna, no quiera superar al maestro en sus locuacidades y no resulte más radical.
Lástima por la brillantez del Canciler, que no será. Se perderá en la frivolidad y lo superfluo de los susurrantes que lo rodean.
(No será presidente pero todavía le queda el TikTok).