“Si es tan malo, tan malo, tan malo Harfuch, como se sostiene, el pueblo está muy consciente, está muy despierto, sabe muy bien lo que le conviene y lo que no le conviene. Y puede no saber a precisión qué le conviene, pero sí sabe perfectamente, perfectamente lo que no le conviene. Entonces vamos a dejarlo”.
La reflexión es del Presidente de la República, quien tres días distintos se refirió así a quien aspira a gobernar la Ciudad de México, con el abierto apoyo de quien busca gobernar al país.
No está fácil para el exjefe de la policía capitalina. Tiene enemigos políticos propios, ajenos y heredados.
Como toda persona con poder, no es monedita de oro para caerle bien a todos. Agregue usted los rencores de quienes pudo afectar en su desempeño como funcionario público, siempre en labores policíacas y por cometer un delito que no se perdona en este país: la portación de padre y abuelo prohibidos. Esto último resulta injusto pues las personas deberían ser juzgadas por sus propios actos y no por lo que habrían hecho sus mayores.
El abuelo del hoy aspirante a candidato fue un secretario de la Defensa Nacional controvertido. Muy reconocido por su lealtad y su institucionalidad hacia la figura presidencial, aunque esta recayera en el tristemente célebre Gustavo Díaz Ordaz, y al mismo tiempo jefe de los militares que participaron en la matanza de estudiantes del 2 de octubre de 1968, a quienes él mismo habría exculpado, según Andrés Manuel López Obrador, responsabilizando al personal del hoy formalmente desaparecido Estado Mayor Presidencial.
Su padre, presidente del viejo PRI, senador, secretario de Estado y titular de la temible Dirección Federal de Seguridad, en una época en la que no se dialogaba con los opositores al régimen, sino que se les “sensibilizaba” de maneras terribles, como la tortura y las desapariciones forzadas, durante la llamada Guerra Sucia.
De lo que sí podría responder con más suficiencia es de los señalamientos que se hacen en su contra, por sus supuestas acciones.
Desde hace años por lo menos un testigo protegido y versiones periodísticas lo asocian con el Cártel de Guerreros Unidos.
Intentan inculparlo de haber sabido o participado más de lo que asegura en la tragedia de los 43 jóvenes de Ayotzinapa, cuando se desempeñaba como alto funcionario de la Policía Federal, institución en la que supuestamente no habría aprobado los exámenes de control y confianza, pero salido adelante gracias a su cercanía con Luis Cárdenas Palomino, principal colaborador de Genaro García Luna.
Definitivamente no son acusaciones menores, pero quien acusa tiene que probar más allá de un trabajo periodístico o los dichos de un malandrín, capaz de decir lo que sea, con tal de reducir su condena.
Lo que si es un hecho es que García Harfuch no tiene enemigos pequeños. Basta recordar el terrible atentado en su contra del 26 de junio de 2020, que él mismo atribuyó al Cártel Jalisco Nueva Generación.
Poco más de tres años después, ahora busca hacerse de la candidatura de Morena, contendiendo con una figura histórica del morenismo, Clara Brugada, quien no se achica ante el favoritismo por el exjefe de la policía capitalina.
Si nos atenemos a la utopía presidencial, será el pueblo el que decida la suerte de Don Omar, será el pueblo el que lo catapulte a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México o, como dijo Andrés Manuel López Obrador el 9 de febrero de 2020 en Milpa Alta: “fuchi caca”. Textual.