En el lecho de la enfermedad y la convalecencia, en esa soledad personalísima que solamente entiende quien ha perdido la salud, la extraña, la añora y la necesita, llega la reflexión. Surgen atrabancadamente las preguntas, pero principalmente ¿por qué me tocó a mi? Cuesta mucho trabajo aceptar que la pregunta correcta es ¿para qué me tocó a mí? ¿Qué cambios tengo que hacer en mi vida?

Una vez que se apartan los reclamos interiores por vivir ese momento, viene la resignación y el análisis sereno.

Si así ocurre con quienes somos personas comunes y corrientes, me puedo imaginar cómo sucede con quienes cargan sobre sus hombros grandes responsabilidades y el destino de los demás.

Sería lógico creer que a partir de esa experiencia de vida se hacen ajustes y se corrigen rumbos.

Pero no siempre ni en todos los casos.

El lunes de esta semana el presidente López Obrador regresó a las conferencias de prensa mañaneras y fue contundente al responder si su confinamiento cambió su visión frente al Covid-19: “…me sirvió para reafirmar mis convicciones, reafirmar mis creencias, mi manera de pensar”.

Aplastante visión para quien gobierna a un país que en un año lamenta, oficialmente, la muerte de más de 170,000 personas, el contagio de casi dos millones y la vacunación de apenas 725 mil, de una población de 126 millones.

Y tras esto, el discurso de siempre: “No vamos a dejar de avanzar en la transformación de México, aún con el Covid y con la crisis económica, vamos a atender las dos crisis y vamos a seguir caminando hacia la transformación, porque lo que más ha dañado a México es la corrupción. (…) ¿Qué pensaba cuando tenía el Covid y ahora en los tiempos del post-Covid? De que hay que cortar de tajo la corrupción”.

Y luego, lo imperdible:

“¿Por qué me enfermé? Porque tuve que trabajar, como millones de mexicanos, ni modo que me quedara todo el tiempo encerrado”.

Al mirarse frente al espejo del infortunio, ni una corrección, ni un ajuste, ni un cambio sutil. Mucho menos aplicar otra estrategia, principalmente para combatir al Covid. Todo está bien. Nada es perfectible. Voy de frente y no me quito.

Podría pensarse que es equivalente a estar cerca de morir y no arrepentirse de sus pecados.

Que bueno que el presidente de la República recuperó su salud. A nadie se le puede desear otra cosa. Pero una vez que acabe de asentarse en su regreso a la actividad pública, no sobraría que volviera a pensar si en verdad todo está bien y nada se necesita cambiar.

Monitor republicano

* Fue el exgobernador de Guerrero, Rubén Figueroa, quien opinando sobre los aspirantes a la candidatura presidencial soltó una ocurrencia que se volvió un clásico: “la caballada está flaca”. En las elecciones de junio no se juega la grande por lo que no podríamos referirnos a caballada ninguna.

Si, en cambio, a una recua. A una recua impresentable que solo refleja lo bajo en que ha caído nuestro sistema político. No es la primera vez que se quieren postular cómicos y tiples pero la cantidad y calidad de los de ahora es lastimosa. Puesta aparte la simpatía por un famoso, no sobra reflexionar en que, al momento de votar, debemos hacerlo con dignidad. No podremos reclamar esa carencia a otros si no ejercemos la propia. ¿Y es con esos improvisados que Morena quiere conservar la mayoría en la Cámara de Diputados y la oposición arrebatársela?

* Lo del nuevo Aeropuerto, es una “volada”.

anarciae@gmail.com

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