El domingo pasado, se cumplieron 36 años de los terremotos de 1985, una catástrofe que, para quienes la vivimos, sí resultará inolvidable. No solamente por la tragedia y los daños que provocó sino porque a partir de ese momento nuestro país cambió.
Fue la inacción y la pequeñez del gobierno de esa época lo que dio a luz a lo que hoy conocemos como la “sociedad civil”. Y a partir de ahí todo fue distinto y evolucionó.
Cambió nuestra actitud hacia el poder formal. La ciudadanía se empoderó y cobramos conciencia plena de que organizados podíamos modificar nuestro entorno y situación de vida. Políticamente, las oposiciones ganaron terreno hasta convertirse en lo que son hoy.
La distancia en el tiempo nos da perspectiva, pero también atenúa los recuerdos.
Viene a cuento porque la conmemoración del 2021 resultó banal.
Desde el evento oficial hasta los simulacros realizados en todo el país, producto de la nueva cultura de protección civil que tantas vidas ha salvado. Ya se hicieron una costumbre.
Debería ser diferente. Hasta los más jóvenes conservan en su memoria las calamidades que los temblores pueden provocar, como el de 2017.
Pero al ver las imágenes de los diversos simulacros de este año parece haber inercia, rutina y hasta apatía.
Solo se aprecia emoción entre quienes vivieron y sufrieron los temblores del ’85, los mayores, de los cincuentones para arriba; entre quienes perdieron a un familiar, a un ser querido, a un vecino, a un conocido. De las personas que perdieron su casa y su trabajo.
A veces la memoria es injusta, por su flacidez y por repetir lo que en realidad quisiera olvidar.
En 1985, murieron, oficialmente, 6 mil personas, pero siempre se ha creído que fueron muchos más. Por lo menos 20 mil, se dijo desde entonces.
El temblor ocurrido a las 7:19AM (7:17AM, según el Cenapred) tuvo una intensidad de 8.1 grados en la escala de Richter, a 15 kilómetros de profundidad, en las costas de Michoacán. Sus efectos se sintieron en el centro, sur y occidente del país. Siempre citando información de Cenapred, hubo más de 30 mil heridos, 150 mil damnificados, 3,300 edificios dañados, 36 mil viviendas destruidas y 65 mil con daños considerables. Hubo afectaciones en 50 hospitales, 34 por ciento de los edificios de la administración pública, el 11.4 por ciento del total de la infraestructura educativa y el 8.9 por ciento del total de la pequeña industria y comercio. Se cree que los daños económicos superaron los 4,100 millones de dólares.
Al día siguiente, el 20 de septiembre de 1985, ocurrió un segundo terremoto, de 7.6 grados en la escala de Richter, que terminó por colapsar muchas de las estructuras dañadas un día antes.
No nos beneficia olvidar así las tragedias causadas por los grandes temblores. Según el Centro Nacional de Prevención de Desastres, en los últimos 250 años se han documentado cinco grandes sismos en México, con una intensidad de entre 8 y 8.6. Los registros disponibles muestran que en promedio cada diez años ocurre un sismo con magnitud de 7.5 grados Richter.
Así, las conmemoraciones deben tener otro impacto. No solo la bandera a media asta y participar con hueva en los muy útiles simulacros.
Monitor republicano
La tragedia de los ciudadanos haitianos en varios estados de nuestro país, principalmente al norte, es una vergüenza mundial pero más para los Estados Unidos.
Esas escenas de los oficiales de Migración arreando a caballo a seres humanos como si fueran animales ya forman parte del cuadro de horror americano. Y en México, no’más milando…