En la década de los 90, utilizar un discman era la cosa más moderna del mundo. En todas las oficinas había un fax, usar teléfono fijo era común y quien tenía un StarTAC era casi, casi un ser superior. Es evidente cómo hemos avanzado tecnológicamente.
También en aquella lejana década, México conquistó la Copa Oro de manera espectacular. En la fase de grupos, los de Miguel Mejía Barón ganaron dos juegos y empataron el otro, y —agárrense— en esos tres duelos anotaron 18 goles y solamente recibieron uno. En semifinales (en ese torneo se avanzaba directo a semis), el equipo mexicano masacró 6-1 a Jamaica y en la final venció 4-0 a Estados Unidos.
También por aquellos años, en nuestra Liga había ascenso y descenso. Ah, y jugaban muchachos como Ivo Basay, el Ratón Zárate, Carlos Hermosillo , Julio Zamora, Osmar Donizete, François Omam-Biyik, Kalusha, Tita, Marquinhos, Martín Ubaldi, Benjamín Galindo, Claudio Suárez, Alex Aguinaga, José Saturnino Cardozo, Juan Reynoso, el Fantasma Figueroa, Cuauhtémoc Blanco , Luis Hernández, Antonio Mohamed y un etcétera kilométrico.
Ya en aquellos tiempos, cuando se sufría con rivales de la confederación, se escuchaban las siguientes frases: “Las distancias se han acortado” y “ellos han crecido mucho”. Perfecto, ¿saben qué? Ambos enunciados son verdad, pero hacen que de inmediato se formule otra pregunta: ¿Y nosotros cuándo carajos vamos a crecer? Porque si todos crecen y nosotros no, algo estamos haciendo muy mal.
En ese tiempo se clamaba porque el descenso fuera directo, sin cocientes. Hoy, ni hay. Antes, se desgarraban las vestiduras porque cinco extranjeros por equipo eran muchos; hoy, soñamos con volver a ese número. Antes, nos quejábamos de los arbitrajes en los torneos sudamericanos; hoy, los extrañamos.
O sea que, mientras todos avanzan, nosotros vamos para atrás. Pero lo peor es que nos creemos nuestra mentira y nos sentimos más de lo que somos, aunque las eliminatorias mundialistas y las Copa Oro cada vez nos cuesten más. En nuestra Liga ya juega cualquiera, a veces parece que el único requisito es caminar derecho. Entonces, vamos al Mundial de Clubes con aires de grandeza, y más veces de las que es prudente reconocer, nos regresamos con la cola entre las patas.
Nunca ganamos una Libertadores ni una Copa América y —aun así— juramos que si jugáramos la eliminatoria de Conmebol , clasificaríamos al Mundial sin problemas. Eso somos, como el emperador que finge ver la tela y acaba desfilando desnudo por la calle con total seguridad.
Adendum. Knut me mandó esto en cuanto acabó el juego del América: “Jajajajajajajajaja”.
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