A simple vista y a la distancia, parece un tipo distante, esquivo, taciturno e, incluso, hay quienes lo pueden considerar como hosco o hasta antipático. Pero si esa distancia se recorta, también —a simple vista— el diagnóstico cambia de manera radical.
Es como es, no por pedante, sino por tímido y porque su cuerpo rechaza de manera violenta el ser centro de atención, aunque muchas veces lo sea sin siquiera buscarlo.
En tiempos en que la gran mayoría busca que su voz sea escuchada, él le rehúye a los micrófonos que lo asedian. Habla cuando es inevitable o cuando hay que poner la cara ante una situación adversa. Y es en esos momentos cuando se escucha su tono mesurado, esa voz que sale de su garganta como pidiendo permiso, cuando demuestra que fama y reflectores le incomodan a más no poder.
En la cancha no se le ve gritar. Y quizá en muchas ocasiones no lo haga con la boca, pero con la pelota en los pies lo hace y eso lo convierte en un líder dentro del terreno de juego. Cuando la situación se complica, siempre la pide, y también perennemente deja todo en la cancha. Es decir, él manifiesta su liderazgo desde el ejemplo y con los hechos.
Tiene un palmarés envidiable, pero ese no es el mayor logro de Oribe Peralta . El máximo fruto en su carrera es haber logrado trascender, porque hoy, el delantero originario de La Partida, está más allá de colores y pasiones. El sábado pasado, mientras abandonaba la cancha, Oribe recibió una ovación que no reflejaba lo hecho ese día, pero que sí correspondía directamente con quién es. La gente de Chivas se cansó de aplaudirle a su delantero. Quienes estuvimos esa noche en el estadio no esperábamos esa catarata de aplausos, pero tampoco nos sorprendió ver a 30 mil personas rugir por el ‘24’.
Peralta consiguió algo que parece imposible: se ganó el respeto del aficionado en general. Aunque, paradojas de la vida, seguramente los únicos que lo tratarán con desdén son los fanáticos del club con el que más trofeos ganó. Pero también es altamente probable que, con el paso del tiempo, los americanistas vuelvan a sentir cariño por él.
Oribe Peralta
no necesitó tener carisma para echarse a la bolsa a casi todos. Lo único que necesitó —además de su talento e inteligencia futbolística— fue dignificar la camiseta de la Selección Nacional cada vez que se la puso.
Sin saberlo, aquella tarde londinense de 2012 dio un gran paso para estar por encima de todo, pero ese camino fue cimentado poco a poco con cada actuación posterior con la casaca azteca, con cada “sí” a una convocatoria, con cada silencio necesario, con cada sonrisa tímida y con cada gota de sudor que recorrió esa playera verde.
Adendum. La Liga MX debería considerar seriamente sus intenciones de expandirse a 20 equipos. Con lo visto hasta el momento, es difícil pensar que dicha medida elevará el nivel de competencia. Quizá reducir a 16 participantes podría ser mejor.