La Selección Azteca es un desastre. Si de algo estoy harto en la vida es de decir eso, pero la realidad es que pasan los años, pasan los entrenadores, pasan los federativos y algunos futbolistas (otros tienen abono vitalicio al parecer) y nada cambia. Tan repetitivo es el ciclo destructivo del cuadro nacional, que podría tomar cualquier columna publicada en Fecha FIFA y solamente cambiar el nombre del o los rivales y punto. Pero no se trata de verle la cara a nadie, entonces a riesgo de sonar como disco rayado: vamos de nuevo.

El gran problema es que los involucrados parecen no tener la menor idea de que hay un problema. En la cancha no se ve reacción alguna, y ante los micrófonos se habla con una tranquilidad propia de los ganadores. Ya sean los dirigentes o los protagonistas, siempre se declara en tono calmo y con un positivismo exasperante. La realidad es que el conjunto mexicano sigue escarbando en la tierra para poco a poco deslizarse más hacia abajo.

El “desgraciado” del técnico argentino Gerardo Tata Martino, padre de todos los males de la Selección, se fue hace un año y 11 meses. Nada ha cambiado. Perdón, corrijo, sí hubo modificaciones, pero para peor. En ese periodo ya pasaron tres directores técnicos, y se perdieron dos Ligas de Naciones de la Concacaf, no se pudo superar la fase de grupos de la Copa América (única prueba seria de cara al Mundial) y se ganó una Copa Oro que la Federación le echó en cara a sus críticos como si eso corrigiera algo.

La estructura burocrática de la Federación Mexicana de Futbol cambió. Pero, tristemente, en lo deportivo lo único que se hizo fue instaurar de nueva cuenta la regla de menores. Pero hasta eso hicieron mal, ¿en qué cabeza cabe creer que el límite de 23 años es una buena idea? Con todo respeto para los futbolistas, si a los 23 años tienes que jugar por obligación, para ti no hay futuro en el máximo circuito.

Javier Aguirre no es ningún mesías moderno. Por supuesto es un entrenador con capacidad probada y, seguramente, el director técnico más importante en la historia de nuestro país. Pero su paso por el equipo, por ahora, es gris siendo muy amable. Debutó con triunfo ante una inexistente Nueva Zelanda; después empate ante Canadá; posteriormente, el peor Valencia del siglo, y con suplentes, les igualó en Puebla; ante Estados Unidos por fin se jugó bien y se ganó; finalmente, el ridículo en Honduras.

Solo han pasado cinco partidos y parece que la presión comienza a afectarle. O al menos esa impresión da al verlo responder insultos y pintarle dedo a la tribuna hondureña (cosa que no justifica la agresión que sufrió).

Esta noche hay dos opciones: o hay hazaña, o el principio de un nuevo final, porque la Federación Mexicana de Futbol versión 2.0 ha dejado claro que en eso de no tentarse el corazón sí son los número 1.

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