“Juega como si fuera un veterano de mil batallas”. Palabras más, palabras menos, esa frase se utiliza para alabar el aplomo con el que un novato se desempeña en sus primeros partidos.

Esta vez, no es el caso. En esta oportunidad, es una descripción preocupante de cómo un futbolista que debería estar transitando su plenitud, parece un tipo a quien el balompié lo abandonó hace rato y sigue aferrado a no dejar de ser. Como boxeador que no se retira a tiempo, con la salvedad de que apenas tiene 28 años de edad.

El sábado pasado estuve presente en el duelo entre el Santos y las Chivas. De entrada, tenía mucho interés en ver jugar al líder del campeonato de manera presencial. Pero, conforme avanzaron los minutos, me olvidé del conjunto para enfocarme en una individualidad: Erick Gutiérrez. Debo confesar que el juego del Erick versión Tuzos siempre me gustó, pero también que —desde que se fue del Pachuca— siempre lo vi jugar por televisión (cosa totalmente distinta a observarlo en el estadio).

La última imagen de Gutiérrez que tenía en la cabeza fue la de verlo corretear argentinos en el Mundial.

Ese día llegó tarde a todas las jugadas y manoteó a todos los rivales a los que intentó quitarles la pelota, al no poder competirles desde lo físico.

Aquella tarde, los sudamericanos parecían jugar una velocidad más arriba que el sinaloense, cosa que me parecía inexplicable, porque el volante mexicano integraba al PSV Eindhoven y en Países Bajos se juega con dinámica.

El sábado, la actuación de Gutiérrez, fue la calca de lo hecho contra Argentina.

Nada más que enfrente no estaban Lionel Messi, Rodrigo de Paul, Enzo Fernández (quien sigue sin creer las facilidades que Erick le otorgó para que anotara el 2-0), Ángel di María, o alguna de esas figuras del futbol mundial.

Estaba el Santos, con sus míseros cinco puntos obtenidos. Estaban futbolistas sin roce europeo y que juegan al ritmo que caracteriza a nuestra Liga.

Gutiérrez, recién desempacado del viejo continente, debería tener la ventaja física sobre ellos, pero no.

Trotó todo el partido, situación absolutamente supeditada a la voluntad.

Cuando —por ubicación— podía robar una pelota, siempre acabó desparramado.

El menor choque o disputa física evidenció su pobre estado. Erick Gutiérrez tiene (o tenía) el potencial para ser titular en la Selección Azteca y hoy, con apenas 28 años de edad, le ha llegado la última llamada.

Dependerá de él volver a ser o si es parte de nuestro selecto grupo de exjugadores de 30-31 años, cuando —en el mundo— la edad de plenitud cada vez se estira más.

Adendum. “La defensa del América es del terror”, me mandó un muy sobrado Knut, tras la primera victoria de su Cruz Azul.

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