Tengo una tía que regañaba raro. Si mi primo llegaba con la boleta de calificaciones en tono rojo sangre (en esa época no eran impresas, se llenaban con pluma y las materias reprobadas iban en colorado, quizá para que combinaran con el tono en que nos quedaban las pompas), no había gritos, ni castigos. Mi tía “aconsejaba y le explicaba” a su hijito las bondades de sacar buenas notas, y tan tan.

Esa misma tía tenía otras dos hijas, bastante más grandes que su servidor. Ninguna de ellas estudiaba, cosa inexplicable para mí. Un día, me armé de valor y le pregunté por qué mis primas no estudiaban. Sin dudar, me respondió lo siguiente: “No les gusta y no es lo de ellas”. Se me cayeron los calzones de la sorpresa; acto seguido, solicité ante mis papás ya no ir a la escuela porque “igual que a mis primas, a mí no me gusta”... Así me fue.

Para que se den una idea, el día que corrieron a mi primo de la escuela por burro y flojo, mi tía nos llevó a comer y al cine para “aligerar el dolor”. Y es que ya no iba a ver a sus amigos diarios el vago de su hijito. Bueno, pues todos los protocolos de la me hicieron recordar a mí tía. Y es que los dirigentes de nuestra flamante competencia hablan, pero no castigan. No me malentiendan, dar mensajes en contra de la violencia me parece fantástico (parar los juegos al minuto 62 sí me pareció excesivo).

Ahora, sólo mandar recados, no sirve de nada. ¿O no se dieron cuenta de que el mayor acto de violencia registrado en un estadio en México sucedió 60 y tantos minutos después de que alguien gritó enjundiosamente “¡Grita por la paz!”?

Las campañas comunicacionales tienen que venir acompañadas de acciones. En el caso de la violencia en el futbol mexicano, la más lógica (aunque sea la más complicada) era prohibir a las barras bravas (por más que las llamen “grupos de animación” no van a dejar de ser lo que son). Otro ejemplo es la campaña para evitar que se grite “¡Puto!” en los partidos de la Selección. Se habla mucho, pero cuando llega la multa, de inmediato la apelan, mandando un mensaje totalmente contradictorio.

La única manera de solucionar los problemas es poniéndole fondo a las formas, que las palabras no sean sólo aire. Parar el juego para que los futbolistas se abracen, no ayuda en nada para contener la violencia en las tribunas. Son símbolos vacíos, cuando lo que se necesita son actos concretos y dejar de vivir bajo el lema de “hágase la voluntad de Dios, en las mulas de mi compadre”.

Adendum. Knut vio el Clásico Nacional. Cuando se despertó, me llamó y me dijo: “¿Eso es el gran duelo de este país?”. Nos quedamos callados varios minutos después de eso.

futbol@eluniversal.com.mx

 
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