tiene 25 años de edad y debutó en Primera División en 2016.

Pero todo parece indicar que se convirtió en un futbolista profesional (en referencia a profesionalismo o profesionalidad, no al simple hecho de cobrar) apenas este semestre. Al menos, eso podemos inferir tras sus dos últimos “sincericidios”.

El pasado mes de julio, el atacante mexicano declaró ante los medios de comunicación que Veljko Paunovic le enseñó a ser puntual; palabras más, palabras menos. Pasaron siete años desde su debut (con participación en Juegos Olímpicos y Mundial en medio) para que Vega entendiera que era importante no llegar tarde a las actividades de su equipo.

En esa misma comparecencia, se congratuló de llevar “algún tiempo sin hacer alguna tontería” (¡Hosanna en las alturas! Los querubines lloran de emoción en el cielo).

El pasado fin de semana, Alexis vivió otro momento de candor, ante los micrófonos de TV Azteca.

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En entrevista con David Medrano y Omar Villarreal, aseguró lo siguiente: “Ahora que he estado bajando de peso, bajé de grasa, bajé en todos los sentidos y empecé a trabajar el doble. Fue algo que me ayudó bastante; en un mes, creo que bajé cinco kilos... Dejé tortilla, pan, refrescos. Ahorita me he estado comportando muy bien, la rodilla está bien”.

Es una gran noticia que la rodilla de Vega esté en buenas condiciones, que haya mejorado su dieta y también su manera de entrenar. Pero también es increíble que hayan tenido que pasar siete años para que se ordenara.

Esos kilos que bajó, no los bajó por capricho. Pero haber jugado sin ser 100% profesional, no es sólo responsabilidad de Vega. También es culpa del sistema formativo de nuestro país.

Vega es un producto más de esa organización que al talentoso le permite todo.

La formación del futbolista no puede estar sólo relacionada con la parte técnico-táctica, el lado personal también es fundamental. La persona no puede quedar de lado y, como con los niños, los límites son trascendentales.

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Alexis Vega —hasta hoy— es más promesa que realidad, y me atrevería a apostar que eso se debe a sus malas costumbres fuera de la cancha.

Los “sincericidios” de Vega dejan claras dos cosas: La primera es que al aparato del futbol no le interesa la comunicación, porque es increíble que le permitan declarar a un jugador con siete campañas en el lomo que por fin aprendió a llegar temprano y a no tomar refrescos; y la segunda es que, en pleno Siglo XXI, en México la disciplina y la buena conducta se guardan en una caja cuando se trata de un talentoso.

Adendum. “Ya parecen el Cruz Azul, buscando jugadores a medio torneo”, me escribió Knut, ante la infructífera búsqueda de un central para el América. Y sí...

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