Nelly es ingeniera en animación digital, trabaja en TV Azteca y es fanática recalcitrante de las Chivas.
El domingo, entre el enojo por la goleada sufrida ante el Cruz Azul, me contaba que no podía entender lo que vivió en las gradas del Azteca el día anterior.
Primero, estaba contenta porque la nación rojiblanca atiborró el inmueble, pero después no le entraba en la cabeza que sus “compatriotas” aplaudieran barridas o celebraran cada vez que Javier Hernández movía un músculo.
Mientras ella estaba molesta porque los cementeros paseaban a su equipo, la gran mayoría disfrutaba de una fiesta que no tenía relación con el futbol.
Ver al ídolo que regresa parecía mitigar cualquier efecto que una goleada suele producir. Para muchos, apoyar sin importar el desempeño en la cancha significa ser una gran afición; para otros (como Nelly), la exigencia a los futbolistas es lo que le da dicho calificativo a una fanaticada.
¿Quién tiene razón? Es difícil responder la pregunta.
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Y es que cada quien vive su pasión por un equipo como le dé la gana. En lo personal, considero que cuando hablamos de seguidores furibundos de un club, hay dos tipos: Aquel que jamás entenderá un acto como darle la espalda a la cancha en señal de protesta, y aquellos que no paran de alentar y apoyar a “sus” jugadores, sin importar que les estén pegando un baile de antología.
Ambas posturas pueden ser catalogadas de correctas o incorrectas (todo depende de quién se tome la atribución de señalar al de enfrente).
Cada persona puede vivir sus relaciones personales como le dé la gana (el amor por un club es una relación personal más, no nos engañemos).
Ahora, el futbol es uno de los negocios más grandes del planeta, pero el aficionado —difícilmente— se pone en el lugar que le corresponde: El de cliente.
“El que paga manda” no suele ir de la mano con el balompié. Si usted va a un restaurante y no lo atienden bien o la comida no está buena, seguramente no volverá jamás.
En el futbol es diferente. El “platillo” puede ser una mier... y ni modo... A tragar mier... todo el año. Y es que la pasión por un equipo, indefectiblemente, nos transporta a la infancia, a la relación con nuestros padres y al sentimiento de pertenencia que jamás claudicará.
Por eso, Nelly —con todo y su enojo por la humillación— cerró nuestra charla del domingo confirmando las apuestas por los Clásicos que se jugarán a partir de mañana.
Adendum. El sábado le regresaron los datos a Knut. Entre insultos y palabrería producto del alcohol, me aseguró que su Máquina es LA candidata al título...
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