Si después platicaron y se tomaron fotos con los dos aficionados en Bermudas es irrelevante. Héctor Herrera trató de justificar lo hecho con ese argumento, pero el desprecio inicial ahí queda. Y este acto, más que polemizar si son humildes o soberbios (que la mayoría lo son), tiene que ver con una falta de educación total. ¿Qué les quitaba decir “buenas noches”?
La educación se mama y los malos comportamientos también. ¿Qué se puede esperar de cualquier futbolista, si desde que llegan a la élite observan que así se le trata al fanático? Hoy son estos convocados, pero esta historia se ha repetido miles de veces y en muchísimos países a lo largo de los años.
No es un problema exclusivo de los millennials que hoy defienden a la Selección Nacional. Pasa en todos lados, aunque los exjugadores se rasguen las vestiduras señalando a los actuales. A veces parece que, con el retiro, se les olvida que ellos (con sus honrosas excepciones) se portaron igual en numerosas oportunidades. Eso sí, lo de Bermudas es más escandaloso porque eran dos personas nada más.
Es verdad que los futbolistas viven del aficionado. Pero también es una realidad que los protagonistas saben (aunque sea de manera inconsciente) que su sustento no está en riesgo aunque maltraten a sus “clientes”. Porque esas personas primero se enamoraron del juego y después de las instituciones. Salvo algunos casos esporádicos, el aficionado no paga un boleto por ver a un jugador, sino para ver a su equipo.
Y en México no hay ningún futbolista que provoque que la gente compre una entrada. Son contados con los dedos de las manos los hombres que logran eso en el mundo. Es más, en caso de combinados nacionales, ninguno lo hace. El argentino paga por ver a la Albiceleste, esté o no esté Messi.
Hoy se apellidan Salcedo, Herrera, Jiménez, Pizarro o Lainez. En el futuro serán otros. Los jugadores pasan. Las instituciones y los aficionados no. Quien en los 80 idolatraba a Zague, Santos y compañía, sigue siendo americanista, aunque ya no estén. Al final, lo único que importa es el juego y el escudo en la camiseta.
Los apellidos van a cambiar siempre, y es por eso que las instituciones no deberían permitir que quienes toman prestada su playera traten con desdén a su clientela. La Femexfut no puede darse ese lujo, aunque sepan que la “gallina de los huevos de oro” jamás dejará de producir.
La Femexfut debería establecer que, por reglamento, los seleccionados nacionales interactúen con los aficionados que asisten a recibirlos. Diez minutos de buenas caras, saludos y fotografías generarían un sentido de pertenecia aún mayor en quienes gastan su dinero por el cuadro nacional. Si los directivos no lo tienen que hacer por convencimiento, que lo hagan, aunque sea por convenencieros.
Adendum. Carlos Salcedo tiene razón, los futbolistas tienen derecho a tener vida privada. Lo que parece que no sabe es que también están obligados a respetar su profesión.