El cliente es la razón de ser de cualquier negocio (no vale la pena elaborar sobre un concepto tan obvio). Sin ellos, no hay manera de existir, y por eso hay que cuidarlos.

En el mundo del futbol, se dice —muy seguido—, que nadie está por encima de la institución. Y también es una frase muy cierta cuando se refiere a aquellos que integran dicha organización, pero cuando nos referimos a la clientela, la cosa cambia.

El aficionado, en este caso, es la razón de ser del club y —por ende— está por encima de la corporación.

Penosamente, las autoridades de la Liga MX se han olvidado de sus clientes. El amor y la pasión que los fanáticos sienten por sus camisetas provocan que los dirigentes puedan estirar la liga como en ninguna otra industria. Uno no vuelve a un restaurante donde lo maltrataron o la comida estaba insípida, por ejemplo. En el futbol es diferente.

La irracionalidad que genera el amor por los colores provoca que el seguidor de un club esté dispuesto a soportar lo que jamás soportaría en otra actividad en la que paga. El aficionado normaliza que el estadio sea incómodo, que los precios de los esquilmos sean abusivos y olvida la inseguridad que prima en varios inmuebles.

Todo sea por alentar al cuadro de sus amores.

Eso lo saben los directivos. Pero eso no quita que esté mal. Y mucho menos exime a las autoridades de la Liga, quienes deben llevar el control de todo lo que rodea al torneo, de jalarles la rienda a los clubes y buscar la profesionalización en lo que al trato al fan se refiere. Pero no, aquí quienes deben regular, también se pasan por el arco del triunfo al que paga.

Con la pausa para jugar la Leagues Cup, despreciaron los pesos de aquí por los dólares de allá. Se paró el torneo y al aficionado de a pie, ese que no puede pagar Apple TV más el paquete de la MLS, lo dejaron casi sin nada durante un mes.

Después, se reactiva la Liga, pero aún supeditada a la Leagues Cup, y por eso no hay juegos en sábado y el viernes y el domingo se tuvieron que encimar partidos, y así se limitó la cantidad de encuentros que se podían ver.

Y faltaba la cereza del pastel: La impericia para decidir que la cancha del Jalisco no estaba apta y cambiar la sede un día antes. Estiraron la liga al máximo, sin pensar en la gente que gastó su dinero para viajar a Guadalajara y que se enteró ya estando ahí de que no habría juego.

Y a toda esa gente nadie le ofreció una disculpa.

Y lo que es peor es que el dinero que dilapidaron para viajar, ¿a quién se lo reclaman?

Adendum. “Ya le voy al Inter Miami y no al Azul”, me escribió Knut.

Ni le contesté, porque sé que —en cuanto ganen un partido— volverá al redil.

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