Mi película de espías favorita es El soldadito (Le petit soldat, 1963), de Jean-Luc Godard. Agente provocador, el gran director franco-suizo usó —y sigue usando— el cine como una espada que apunta a su propio mango: un cine que destruya al cine. El soldadito reconoce las convenciones de las películas de espías y las rechaza todas: si por lo general un agente secreto es glamoroso y viaja por el mundo para proteger a la nación y a su reina, el protagonista de El soldadito se mueve con discreción en una ciudad grisácea, invernal, y expone con su historia la crueldad colonial del evanescente imperio francés.
Tenet (2020), la más reciente película de Christopher Nolan, me hizo pensar en El soldadito. También en El tango viudo y su espejo deformante (2020), de Rául Ruiz, el único cineasta que ha logrado, en mi opinión, igualar la prosa de Borges con sus imágenes. El tango viudo y su espejo deformante llama la atención por la forma en que su trama de repente se refleja a sí misma. Enfrentado a un espejo —ese abominable símbolo que reproduce a los hombres y que hizo a Borges enterarse de la tierra imaginaria de Tlön—, el protagonista comienza a moverse hacia atrás en el tiempo hasta llegar de nuevo al inicio de la película.
No pensé en estas referencias porque Tenet las iguale o las supere, en mi opinión, sino porque de algún modo, probablemente inconsciente, coincide con ellas. Por ejemplo, al igual que en “La forma de la espada”, de Borges, el protagonista de Tenet se desdobla en un uróboro; en cuanto a la similitud con El tango viudo y su espejo deformante, también la trama empieza pero no termina: rebota. Tenet me hace recordar El soldadito porque aspira a inyectarle al cine de espías una originalidad inédita en el cine industrial. Pero sobre todo la película me recuerda la filmografía del propio Nolan porque es notable cuánto abandona el director algunos de sus peores vicios mientras rescata sus aciertos. Nolan no deja de ser Nolan y empaqueta las operaciones de artistas mayores para una audiencia masiva pero esta vez nos exige más de lo usual. Tenet no sólo se trata de una paradoja: es en sí misma una donde se observan en paralelo la autonomía estética y el sometimiento a las necesidades del cine industrial. Vamos, la trama rebota, pero no tan literalmente como en la película de Ruiz.
Por lo que se entiende de manera muy general, Tenet se trata de un agente de la CIA a quien los créditos nombran el Protagonista (John David Washington). Después de combatir a un grupo terrorista en un concierto de ópera en Kiev el Protagonista es capturado y elegido para embarcarse en una misión extrañísima: alguien en el presente se está comunicando con el futuro y está adquiriendo municiones que se mueven en reversa porque ha sido distorsionada su entropía, es decir, se ha alterado la linealidad inherente en el desorden de los objetos, y en vez de que las balas se disparen primero y luego se compacten en el choque con otro objeto, funcionan al revés. La misión, que es operada por un grupo llamado Tenet, es descubrir quién está haciendo este contacto y evitar que provoque la Tercera Guerra Mundial, de la que ya han empezado a aparecer ruinas en el presente, como las de la imaginaria Tlön de Borges. No tiene sentido decir más porque, aunque Nolan busca renovar el cine de espías, a diferencia de Godard repite muchos de sus tropos: un misterio que se va deshilvanando gracias al azar y un viaje global que contrasta la majestuosidad de los espacios con una violencia apta para todo público. Al menos la mujer hermosa de la trama, Kat (Elizabeth Debicki), es mucho más alta que el Protagonista. En fin, revelar las minucias de la trama afectaría su efecto, y tampoco es que se entiendan fácilmente.
En general, Nolan me irrita por su tendencia a explicar una y otra vez sus conceptos porque parece tener la claridad idealizada. Me suelo burlar de cuántas veces explica el símbolo del fantasma en Interestelar, por ejemplo, sin embargo en Tenet se le olvida al fin la audiencia. En consonancia con el mundo invertido que nos muestra Nolan, las etapas narrativas progresan al revés y la exposición llega al último; sólo entonces los personajes comienzan a explicar qué ha estado pasando. Antes de eso las aclaraciones se esbozan de manera escueta aunque empiecen a suceder fenómenos tan desconcertantes como peleas donde un hombre va en una dirección temporal y su contrincante en otra. Cuando se ve lo mismo en una persecución en coche Nolan nos ofrece la escena más original de su tipo que haya visto, sin embargo llama la atención lo poco que todo esto sorprende al Protagonista.
Frío hasta lo robótico, Washington interpreta a su personaje como lo que es: un concepto. David Cronenberg dijo alguna vez que no podía pedirle a Robert Pattinson que simplemente interpretara al capitalismo en Cosmópolis (Cosmopolis, 2012), aunque ese era el punto del personaje. En respuesta al mismo problema, Nolan ha intentado darle un carácter humano a sus conceptos a partir del sentimentalismo. En Tenet el director se rehusa a continuar con esa farsa, que me parece una de las peores fallas de su cine. Nolan al fin parece admitir que no le interesan las personas ni sus historias ni sus emociones sino usar sus formas, sus cuerpos, para rellenarlos con abstracciones. Por eso el Protagonista no tiene nombre, y el villano, llamado Sator (Kenneth Branagh), es una alusión al cuadrado sator, un mosaico de palabras en latín donde tenet se forma al centro en horizontal y en vertical. Si Borges usó el teorema del mono infinito para componer su cuento “La biblioteca de Babel”, Nolan se basa en este mosaico y en la llamada paradoja del abuelo para escribir su película.
En el caso de que una persona viajara en el tiempo y matara a su abuelo, esa persona no podría existir ni viajar en el tiempo ni matar a su abuelo. Neil (Robert Pattinson), el segundo al mando del Protagonista, explica que este es un problema sin respuesta, una paradoja. Tenet expresa lo mismo en su forma narrativa pero también en sus contradicciones: es más libre que complaciente pero es las dos cosas; rompe tantas convenciones como las protege, de modo que es estéticamente revolucionaria y conservadora; nos ofrece explicaciones pero nos distrae con un montaje onírico donde las ideas se expresan tan rápido que les perdemos el hilo. Y para culminar: en medio de una de las peores crisis planetarias que debería evitarnos ir al cine, Tenet nos exige verla varias veces: más que película es un acto performático, y uno donde Nolan se expone con más riesgo que nunca en su filmografía. Si bien todavía se aferra a ciertas convenciones de su estilo, al fin el director inglés da muestras de aquello que hizo grandes a Borges, a Godard, a Ruiz: la temeridad sincera de quien expone sus sueños.
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