El fantasma de Bresson se ha derramado sobre el cine contemporáneo. De Lynne Ramsay a Angela Schanelec , nos encontramos a menudo con variados intentos de invocar a Robert Bresson mediante silencios e imágenes que sugieren la melancolía de un mundo hecho de añoranza. En Notas sobre una aparición (Notes on an Appearance, 2018), el primer largometraje del director estadounidense Ricky D’Ambrose , nuestro tiempo se añora a sí mismo mientras profetiza su muerte en inertes rutinas. El movimiento es casi nulo en los planos donde aparecen personajes, y la expresividad de sus rostros es apenas más intensa que en los “modelos” de Bresson, sin embargo en buena parte del metraje no vemos personas sino objetos: tazas de café, cervezas, libros, artículos de revistas y periódicos. Todos están dispuestos como una exhibición cuidadosa de una cultura moribunda e incierta expresada en sus vestigios. Es apropiado, por eso, hablar del fantasma de Bresson: en el filme espectral y enlutado de D’Ambrose su aparición en el estilo compensa, de algún modo, la repentina evaporación de un personaje.
Podría pensarse que una desaparición evoca más bien a Antonioni y La aventura (L’avventura, 1960) pero D’Ambrose utiliza planos, tiempos y elipsis que inmediatamente remiten a películas como El diablo, probablemente (Le diable, probablement, 1977). A momentos D’Ambrose llega a parecer incluso más radical que Bresson en su forma de narrar. Si el maestro francés era más o menos claro en la relación entre un grupo de jóvenes activistas, aquí D’Ambrose se esfuerza por enajenarnos de un tal David (Bingham Bryant) y el misterio que lo rodea.
Recién llegado de Milán a Brooklyn, David es un escritor sin trabajo y urgido de sustento. Para sobrevivir se convierte en asistente de investigación de un amigo suyo pero de repente no se presenta, no contesta llamadas, no nada. O más bien: nada. Su amigo, Todd (Keith Poulson), se preocupa inmediatamente y lo busca sin éxito. ¿Podrá tener algo que ver su trabajo investigando juntos el pensamiento de un politólogo llamado Stephen Taubes (Stephen F. Cohen)?
Hacia la conclusión de la película escuchamos una vieja conferencia del controvertido intelectual donde habla sobre el nihilista ruso Serguéi Necháyev . Por un lado, se trata de una coincidencia con El diablo, probablemente —Bresson hizo con su filme una interpretación personal de Demonios, de Dostoyevski, basada a su vez en las ideas y la autodestrucción de Necháyev—, pero por otra parte creo que revela mucho respecto al tema y la elusiva trama de Notas sobre una aparición . Taubes, una parodia radical y antisemita de Noam Chomsky, aboga por la aniquilación. La democracia liberal, dice, ha llegado al colmo de la hipocresía con los abusos ilimitados de las élites mundiales y merece ser destruida. Sus ideas son el sentir político de mi generación, expresado por un hombre que no encaja en ella pero que la entiende y la orienta. Quizá la validez de su discurso animó al millennial David a fugarse del mundo. Quizá no fue sólo eso.
En contraste con Bresson, D’Ambrose incluye chistes que nos alivian del parsimonioso ritmo pero que también reafirman su retrato insatisfecho de la posmodernidad. El mundo literario es expresado como insoportable en soporíferas mesas redondas donde un estanque de esnobs pregunta a un trío de traductores si influye en su trabajo el capitalismo tardío o, peor, cambian fastidiosamente del inglés al francés para hablar de Jacques Rancière. En una galería Todd se encuentra con obras de arte cuyos títulos invitan a no verlas, y D’Ambrose hace justamente eso. En vez de mostrarnos piezas ridículas como las que se encuentran en el Centro Georges Pompidou, de París —recuerdo un carrito de agujetas de los que se ven en las colonias populares de México—, D’Ambrose las sugiere a partir de títulos risibles como “Hurts so Good (Legacy Compression IV)” y “Only I/I Only/You Guess It”. Las descripciones sólo empeoran nuestra idea de las obras, y ahí se asoma un elemento más que resulta fascinante en Notas sobre una aparición.
Las pistas que sigue Todd en la búsqueda de su amigo generalmente son notas escritas a mano. En vez de ilustrarlas con imágenes o mostrarlas brevemente para sólo sugerir lo que contienen, como lo haría un director menos arriesgado, D’Ambrose nos da suficiente tiempo para leerlas completas. En ellas David aparece como un humano del capitalismo tardío cuya opresión se refleja en la rutina, es decir, la asfixiante vida diaria le impide pensar en algo más importante, más abstracto, que el mandado. En varias escenas leemos textos de y sobre Taubes en parodias de The New Yorker y The New York Review of Books que podrían engañar a sus lectores cuando nos encontramos con nombres de colaboradores clásicos como el historiador Louis Menand. Este amor por lo impreso, lo escrito y lo verosímil se extiende a fragmentos de video que parecen asegurarnos la desconcertante realidad de Todd y David. Sin embargo todo es imaginario. Taubes, para ellos y para nosotros, no es más que la forma de fantasías revolucionarias.
En su extraño, conciso e inteligente filme, D’Ambrose construye una historia de detectives que no busca a una persona perdida, sino que encuentra en el fantasma de un viejo maestro —¿Bresson, Taubes?— una sugerencia elemental para enfrentar el apocalipsis: salir corriendo.
Twitter:@diazdelavega1