Ya prácticamente no hay artistas en Hollywood. Casi toda la generación que emergió en los 60 y 70 —probablemente la última en concebir el espectáculo como una forma de arte— está haciendo cine para las plataformas de streaming mientras las grandes compañías del pasado se momifican con el metraje que sobró de Guasón (Joker, 2019). No es tiempo para la nostalgia; es tiempo de rencores irresueltos y de revisionismo crítico. Mank (2020), de David Fincher, suma esa rabia en una historia que no mira con cariño al Hollywood de los años 30. Al contrario, el espacio que describe es uno de desigualdad, manipulación y control: un feudo donde los escritores aran palabras y los directores, imágenes, pero donde el derecho al corte final lo tienen hombres que planean enriquecerse para comprarse placeres y ventajas políticas. De muchas maneras se trata de un pasado que describe todos los demás pero también el presente: es la imagen eterna de la explotación. Quizá por eso la película resulta tan contemporánea aunque se escribió mucho antes de la presidencia de Donald Trump.

En contraste, el estilo de Mank evoca los años 30 en una resurrección del sonido análogo, del jazz y de las marcas de cambio de rollo en las esquinas de los cuadros. El blanco y negro y las nubes portentosas a la Gregg Toland demuestran ser más que una mera complacencia para ubicarnos en el periodo y de inmediato volver a un estilo más contemporáneo, como lo hicieron El artista (The Artist, 2011) y sus composiciones tan ajenas al cine mudo. Las decisiones de Fincher en Mank evidencian una mirada que reconstruye el pasado con una devoción tal que casi desaparece la identidad del autor. Si en Zodiaco (Zodiac, 2007) o en La red social (The Social Network, 2010) la cámara se mueve con rigidez constante, en Mank tiende a quedarse quieta. En los planos la luz entra dramáticamente desde el fondo como en El ciudadano Kane (Citizien Kane, 1941), el icono que inicia la trama.

El título de Mank es el apodo de Herman J. Mankiewicz, el primer crítico dramático de The New Yorker y posterior coautor del guion de El ciudadano Kane. Por encima de todo título profesional, Mankiewicz era un alcohólico. Artista de la malacopa, tarde o temprano lo dejaban de invitar a los círculos que frecuentaba, entre ellos el del magnate mediático e inspiración de el ciudadano Kane, William Randolph Hearst. La película de Fincher también evoca el debut cinematográfico de Orson Welles al contar la historia de Mank (Gary Oldman) desde un presente donde él escribe la que será su obra maestra, se emborracha hasta la lucidez y fastidia a su secretaria, Rita Alexander (Lilly Collins). Mientras tanto, el pasado regresa en recuerdos de las reuniones que organizaban Hearst (Charles Dance) y su amante, Marion Davies (Amanda Seyfried), y de la campaña que emprendió el dueño de MGM, Louis B. Mayer (Arliss Howard), contra el escritor socialista Upton Sinclair (Bill Nye) cuando buscó la gubernatura de California. La amargura de estos eventos se vierte en el guion de Mankiewicz y se derrama a la película de Fincher.

Desterrado por los grandes estudios al streaming, Fincher parece identificarse con su protagonista. De hecho, el guion que había escrito originalmente su padre, Jack, se basaba más en el choque entre Mankiewicz y el director Orson Welles. Quizá obedecía al infame ensayo de Pauline Kael “Raising Kane”, donde la crítica de The New Yorker demostraba sin evidencia alguna que el solo autor del guion de El ciudadano Kane había sido Mankiewicz. Esto, como lo demostraron Peter Bogdanovich y otros estudiosos de la obra de Welles, es falso, y más bien, como lo sugirió el propio Fincher en una entrevista con Vulture, la inspiración de Mank y los cambios que le pidió a su padre vienen de su propio resentimiento contra la industria desde Alien 3 (1992), su primer largometraje, que el estudio acabó cortando como quiso. Juego de espejos, el primer borrador de Mank reflejó a Jack Fincher que, como escritor, entendió la lucha de Mankiewicz por el crédito de El ciudadano Kane —Welles no quería dárselo por ego pero también por una cuestión contractual que le exigía ser el solo autor del guion—; los siguientes borradores expresaron al propio Fincher, que quizás entienda tan bien como Mankiewicz la parábola del mono organillero que le cuenta Hearst al final de una desafortunada visita.

Un mono elegantemente vestido y controlado por una cadena de oro imagina que debe ser el rey de la ciudad y, cuando baila al sonido del organillo, piensa que la gente lo idolatra. Hearst está describiendo a Mankiewicz, que más adelante se verá a sí mismo como una rata que repara su jaula ante cualquier posibilidad de escape. Esta es la perspectiva desde la que Fincher representa el Hollywood clásico, idéntico a sus versiones posteriores. En una escena, Mayer anuncia un recorte salarial parejo en MGM: desde los empleados de intendencia hasta él recibirán sólo la mitad de su sueldo. Suena justo pero de repente alguien le explica que no es lo mismo perder la mitad con sueldo de ejecutivo que con uno de escritor. Mayer, un demagogo, contesta que todos son una familia y deben aceptar la medida para salir adelante unidos.

Ese mismo tirano es el que, en la ficción y en la realidad, ordenó la filmación de reportajes falsos sobre la campaña de Sinclair y su rival, Frank Merriam, que agitaban los temores anticomunistas del estadounidense promedio y terminaron costándole la gubernatura de California a Sinclair. La crisis de consciencia de Mankiewicz se manifiesta en la noche de la elección en un montaje expresionista donde, borracho y ansioso, lo rodean las horas y los destellos que transmiten su malestar sin fondo. En respuesta a esa noche y sus consecuencias, Mankiewicz hará de su arte una venganza y una declaración de principios: la rata, por una vez, decide salir. Con Mank —y como Mank— Fincher ataca también a sus antiguos dueños; Netflix, la compañía que produjo la película, se venga de la oposición hollywoodense a sus producciones. Son varias las jaulas vacías en Hollywood hoy, pero el tiempo se repite muchas veces: ya habrá otras de las cuales salir en California. Mientras tanto, Mank representa la industria cinematográfica y sus dinámicas de poder como fueron siempre y como quizá no dejen de serlo.

Twitter:@diazdelavega1

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