La metáfora más llamativa de Exhibition (2013), dirigida por la brillante cineasta inglesa Joanna Hogg, resulta graciosamente contemporánea: una pareja de artistas en sus 40, más o menos, ha vendido su casa en el número 60 de Horn Street, Londres, diseñada por el arquitecto James Melvin. Como despedida, los dos hacen una fiesta donde cortan la casa para servírsela a los invitados. La casa, diría un meme reciente, es pastel. De algún modo, el meme expresa la decepción que generan las apariencias. Un brazo humano, un plato de pozole, un limón, son solamente una ilusión hecha de azúcar, y eso coincide con lo que parece decirnos Hogg no sólo en esta escena sino a lo largo de toda la película. En otro momento la protagonista —no conocemos su nombre—, interpretada por la ex guitarrista de The Slits, Viv Albertine, habla con una mujer sobre la alegría almacenada en las paredes pero, a lo largo de su vida cotidiana, no vemos sino aburrimiento y sutiles dinámicas de poder. Su matrimonio también es pastel.

En el primer plano de la película nos queda bastante claro el tono que mantendrá Hogg a partir de ahí: la protagonista está echada sobre el marco de la ventana, inmóvil. La envuelven la blancura de la pared y la luz grisácea que emana Londres. Más adelante ella se va a su estudio y le hace una llamada a su esposo, interpretado por el artista Liam Gillick —tampoco se dice su nombre—, que se encuentra en el piso superior. Él le pide sexo pero no se concreta nada. Cuando baja por las escaleras para salir —sólo escuchamos sus pasos— ni siquiera pasa a despedirse de ella. Toda la película se comportará igual en una estética mucho más desafiante que la de The Souvenir (2019), el reciente éxito de Hogg. Ahí la trama es algo más melodramática gracias a un amante heroinómano, sin embargo no es tan distante del minimalismo naturalista usual en el cine de la directora.

Sin llegar a la ausencia de gestos y movimientos de cámara que vemos en las películas de una directora más radical, Angela Schanelec, Hogg nos muestra una multitud de planos donde lo que sucede es cotidiano y aparentemente insignificante, pero si su colega alemana busca una quietud trascendental y misteriosa, Hogg construye significados a partir de la simulada muerte del tiempo en sus escenas. La primera llamada entre los protagonistas de Exhibition, por ejemplo, nos sugiere la distancia que veremos entre ellos aun cuando estén físicamente juntos y hasta desnudos en una cama.

Quizá la sexualidad sea lo más representativo de este matrimonio claramente difuminado. De hecho se encuentra tan mudamente aceptado como ruina, que sólo se discute verbalmente en una fantasía, y de manera insuficiente ante lo que exhiben las imágenes más íntimas. Quizá de ello provenga el título: Hogg, con su cámara, exhibe a artistas que a su vez se exhiben en las obras que presentan en exhibiciones. Es un tríptico de expresión íntima que contrasta irónicamente con la incapacidad de los personajes para hablarse entre ellos o para escuchar y atender el lenguaje de sus cuerpos.

En la escena sexual más discreta, él se tarda tanto en desabrocharse los pantalones —no por la torpeza del amante ansioso sino por el aburrimiento rutinario— que ella se desespera y prefiere irse a dormir. En otra escena ella simula ser un cadáver y él, con una torpeza exasperante, le explica que no “puede” con un cuerpo inanimado. Desilusionada con su esposo, ella decide explorarse en largas escenas donde prepara su masturbación más de lo que pasa ejecutándola. Primero experimenta con los bordes de un banquito, como si apenas estuviera descubriendo su cuerpo, y más adelante comienza a exhibirse sutilmente a través de las persianas en su estudio. En la cama, y con su esposo dormido al lado, se pone unos zapatos de tacón y comienza a untarse lubricante, pero todos estos terminan siendo ejercicios de frustración. Artista al fin, ella parece hacer un performance basado en sus deseos descuidados. La sublimación, sin embargo, fracasa y queda un solo remedio: en un plano formidable la noche la esconde y la oímos llorar.

Todas estas imágenes se expresan en composiciones ambiguas; Hogg no está explotando el cuerpo de Albertine ni el morbo de los espectadores, al contrario, la cámara suele estar distante para otorgarle al cuadro una objetividad que reniega del control sobre las emociones de la audiencia. Sin embargo, en la secuencia de fantasía que mencioné antes, de repente las decisiones se transforman: un paneo nos muestra a la protagonista llegando a la National Gallery en cámara lenta, y ya dentro un plano lechoso nos la muestra observándose a sí misma en el escenario mientras discute su relación con su esposo. Hogg nos desconcierta y nos obliga a preguntarnos si lo que vemos es real. Claramente no, y la escena adquirirá un significado importante cuando la protagonista narre este sueño con severos cambios en la narrativa.

Incapaces de transformar el mundo entre ellos, los personajes intentarán resolver el que los rodea: vender la casa es una solución a algún problema que nunca se nos dice porque, quizá, Hogg quiere que lo interpretemos como salida fácil. Un lugar común dice que cambiar de aire nos vendrá bien, pero Hogg pasa buena parte de la película demostrando que el problema no es el espacio sino sus habitantes. Por eso en el plano final nos encontramos con una imagen anodina, en apariencia, donde las reglas de la casa se rompen con una violencia casi invisible, pero devastadora para quien sepa mirar. Como en el meme de la desilusión, la vida, los planes, la felicidad, son sólo pastel.

Exhibition está disponible en la videoteca de MUBI: https://mubi.com/es/films/exhibition

Twitter:@diazdelavega1

Google News

TEMAS RELACIONADOS