El cine de Todd Haynes es un cine de homenajes. Una rápida inspección de su filmografía nos revela la admiración por David Bowie y Oscar Wilde, en Velvet Goldmine (1998); por Douglas Sirk y Rainer Werner Fassbinder en Lejos del cielo (Far From Heaven, 2002); por Bob Dylan, Federico Fellini, Jean-Luc Godard, Jean-Arthur Rimbaud y posiblemente Sam Peckinpah en Mi historia sin mí (I’m Not There, 2007), y se puede decir que en Carol (2015) hay un regreso a las influencias de Lejos del cielo, más la presencia discreta de Alfred Hitchcock.

Lo fascinante de esta carrera, en cierta forma un museo del cine —y de la música y la literatura—, es que Haynes no solamente imita a sus grandes predecesores cinematográficos: los cuela a través de sí mismo y logra un estilo sutil pero reconocible, es decir, a lo mejor Haynes nos presenta imágenes en blanco y negro de una versión de Bob Dylan flotando como Marcello Mastroianni en 8½ (1963), pero el estilo no es idéntico al de Fellini. En algún momento notaremos una composición con los personajes arrinconados en las orillas del cuadro, o tal vez nos daremos cuenta de la narración concisa donde sólo se cuenta lo dramáticamente relevante; quizá nos llamen la atención las actuaciones, que crean una tensión perceptible entre lo natural y lo artificioso. El estilo de Haynes es uno que se vale de muchos otros en un acto performativo que siempre expone, por encima de todo, la identidad de su autor.

En su más reciente película, El precio de la verdad (Dark Waters, 2019), Haynes parece ponerse un disfraz de Steven Soderbergh. La trama, basada en hechos reales, sobre un abogado que enfrenta a la compañía DuPont por contaminar con teflón el agua en Virgina Occidental —y el mundo entero con sus productos—, inmediatamente me recuerda a Erin Brokovich (2000), que narra una historia muy similar. El empleo de un filtro azul, igual al de las secuencias de Michael Douglas en Tráfico (Traffic, 2000), termina de sugerir la presencia de Soderbergh, pero Haynes logra algo mucho más meritorio que su afamado colega.

Erin Brokovich es quizás una de las películas más populacheras de Soderbergh, en parte gracias a su protagonista atractiva y locuaz, interpretada por una desbordada Julia Roberts, mientras que Tráfico resulta una conservadora interpretación de la guerra contra las drogas donde los consumidores adolescentes son los culpables de que los corruptos mexicanos se maten entre sí. El precio de la verdad es, de manera más enfática que las películas de Soderbergh, un llamado a romper los lazos de colaboración con los agentes más despiadados del capitalismo, y también es una advertencia inclemente: ninguno de nosotros basta por su cuenta para vencer al dragón codicioso.

Hay algo hondamente bíblico en la historia de Rob Bilott (Mark Ruffalo), como en las de muchos otros informantes. En el versículo 9 de su evangelio, Juan describe el milagro de un ciego que gracias a Jesús adquiere la vista. El mesías lo ha curado y los fariseos interrogan al hombre, que ha experimentado la revelación: “(…) una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo”. En El precio de la verdad Haynes nos presenta a un colaborador del sistema, Rob, que se beneficia de su sociedad con el poder. Es un

abogado exitoso, un nuevo socio en su firma que apenas está siendo presentado ante la élite por su jefe, Tom Terp (Tim Robbins), cuando recibe la visita de un granjero que conoce a su abuela. Wilbur Tennant (Bill Camp) contrasta con Rob: el abogado es diplomático, no levanta su voz suave y anda por lo general encorvado. Wilbur tiene una postura similar pero en él no sugiere timidez sino un andar bruto. Además grita y no acepta una negativa a su petición de ser representado por Rob. No es un mesías pero él le abrirá los ojos regresándolo a su lugar de origen.

No es insignificante que cuando Rob le explica la interrupción a su jefe, le cuenta con cierta vergüenza que viene de una zona rural. Tom lo nota y le dice, burlón, que no va a revelar su secreto. Rob no sólo es un colaborador ciego de un sistema opresor, también es una representación del estadounidense rural que se percibe a sí mismo como subdesarrollado y que migra a la ciudad para integrarse al mundo moderno. Wilbur tiene algo de artificioso porque expresa la visión que tiene Rob de sí mismo y de su hogar. El espacio imponente de la ciudad termina por mostrarnos al protagonista como un prisionero.

En varias ocasiones Haynes nos muestra Cincinnati a partir de sus edificios más altos: grises, casi uniformes con sus hileras inagotables de ventanas; en las imágenes los vemos recortados y amontonados, de tal modo que parecen más bien muros. Ante estos planos sólo se me ocurre entender los edificios como monumentos avasalladores del capitalismo en el sentido más literal de la palabra: sus dimensiones nos hacen vasallos. Al menos ese parece el efecto que tienen en Rob, pero la visita a la granja de Wilbur comenzará una revelación lenta y difícil. Incluso cuando el abogado ya trabaja con el granjero, éste desconfía y le explica que todavía pertenece a “ellos”.

Ellos, DuPont y la firma de Rob —que, por cierto, trabaja para la empresa química— se muestran muy confundidos por la decisión del protagonista. A lo largo de la película dos personajes le dicen que parece un loco, y no puede negarse que es extraña la imagen de un hombre rodeado por cajas llenas de documentos mientras los acomoda para leerlos en el suelo. Más raro es verlo deshacerse de su batería de cocina por temor al teflón. Pero Rob no está loco: está despierto. Su investigación lo hace descubrir los efectos del envenenamiento por teflón y lo compromete con Wilbur y su comunidad. Es a partir de ese punto que El precio de la verdad demuestra lo que ya sugerían otras escenas: en realidad es una película cuyo guión se apega mucho a las convenciones.

Si nos fijamos en Lejos del cielo y Carol, particularmente, nos daremos cuenta de que Haynes tiene una forma muy clásica de contar sus historias. Sus películas sobre músicos parecen obligarlo a explorar un lado más psicodélico, pero en otras ocasiones parecería que estamos viendo una antigua película de Hollywood donde la elipsis se traga el tiempo muerto y tarde o temprano hay un discurso emocionante como alguno interpretado por Rock Hudson o Karl Malden. Curiosamente, tal momento no le pertenece a Rob sino a su jefe, cuando invoca la ética encima del beneficio individual, y a su esposa, Sarah (Anne Hathaway). Es una pequeña inversión de la norma donde el protagonista parece más común que los personajes alrededor, particularmente su esposa.

Si bien es un tema periférico, a lo largo de la película vemos el ambiente misógino en DuPont como una expresión de su irresponsabilidad. Sarah enfurece cuando un colega de Rob hace un comentario estereotipado sobre las abogadas y cuando Tom quiere manipularla para detener a Rob porque la demanda se ha salido de control y pasa de ser una pequeña acción para regular a los clientes a una amenaza grave. Hathaway sobresale de un excelente elenco con una personalidad deliberadamente falsa. Ante la sola responsabilidad del hogar, Sarah se obliga a ser mandona con los niños y violenta cuando es necesario. Por eso, cuando explota contra Tom, Hathaway recurre a todos los gestos a su disposición pero regulando lo suficiente para no caer en el ridículo. Su papel es breve pero memorable.

Hacia el final de la película, Rob hace su monólogo pero no es un edificante momento de lucha y transformación, sino el grito de un hombre enfrentado a lo inconmensurable. “¡El sistema está manipulado!”, grita, en lo que resulta ser la fase final de su despertar. Rob y su audiencia llegamos juntos a la conclusión de que vivir en el capitalismo es un acto cotidiano de resistencia; enfrentarlo, un necesario absurdo que nos devuelve nuestra dignidad de personas y que puede salvar a unos cuantos. Uno nunca hubiera imaginado un tema así en la obra de Haynes, pero se hermana con la opresión a la diferencia, tan recurrente en su filmografía. Como siempre, entonces, El precio de la verdad nos revela al propio Todd Haynes.

El precio de la verdad se presenta ahora en Cinépolis Klic: https://www.cinepolisklic.com/pelicula/el-precio-de-la-verdad-2019
Twitter:@diazdelavega1

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