Hay varias películas incrustadas juntas bajo el título Atlantique (2019). Una se anuncia en el primer plano del filme; otra concluye en el último. En general interactúan bien —se complementan, de hecho—, pero a momentos la directora franco-senegalesa Mati Diop parece perder el control. En sus varios hilos narrativos se entrecruzan el capitalismo, la fantasía, el misterio, la revolución, el amor y un futuro femenino. Para complicar las cosas, los protagonistas de repente se intercambian y una incongruencia perjudica la fantasía, sin embargo no creo que haya razón suficiente para evitar sus imágenes del mar, domesticado por Diop para transformarlo en un signo inabarcable de la desgracia. Tampoco se me ocurre por qué evitar sus planos de Dakar, tan elocuentes para expresar la desigualdad del capitalismo contemporáneo, o los sonidos como de trance en la música de Fatima Al Qadiri . Al final, su mundo de poseídos —por las élites económicas, por la tradición, por fantasmas vengadores— se manifiesta con claridad y urgencia.

Volvamos a la primera imagen. En el margen derecho se corta una moderna torre hotelera de proporciones babélicas; en el izquierdo hay edificios más pequeños en construcción y obreros que van y vienen. Si en el fondo y a los lados se extiende el sueño de un boom económico senegalés, en el frente se presenta la realidad de un camino de terracería. Los siguientes planos contradicen a la torre hasta llegar a un momento climático en el que Souleiman (Traore) y sus compañeros se pelean con su capataz: por tres meses no les han pagado, así que renuncian. La imagen del capital, expresada por la torre, es aplastante, pero la valentía de los obreros resulta inspiradora. Su rebelión culmina cantando en la parte trasera de una camioneta que los regresa a casa. Para Souleiman hay una manera más de sublevarse: besar en unas ruinas a la prometida de un millonario.

El amor de Ada ( Mame Bineta Sane ) y Souleiman da un giro homérico cuando él, una suerte de Odiseo, decide cruzar el mar hacia España para buscar trabajo. Ella, al contrario de Penélope, se casa con un hombre rico mientras espera a su verdadero amor, pero la perspectiva que le importa a Diop no es la del viajero. Si la película se llama Atlantique —o Atlántico—, es, quizá, porque Ada mira el océano con desesperanza y subraya a menudo su inmensidad como símbolo de distancia física, en un principio, y después terrenal.

Una noche llega la noticia de que han muerto en el mar los hombres que partieron a España. Cautiva en la cárcel de la tradición, Ada termina casándose con el poderoso Omar ( Babacar Sylla ) aunque lo desprecia. Diop observa las costumbres desde la oposición rotunda: Ada, se nos explica, lo perderá todo si se niega al matrimonio, que conviene más a sus opresivos padres que a ella. En el Senegal de Diop las mujeres ansían un escape de la miseria, y en ello el capitalismo revela su vínculo patriarcal: los hombres ricos compran muchachas hermosas y las rodean de paredes lujosas para contenerlas.

Cuando se incendia el nuevo colchón de Ada y Omar el día de su boda, un elemento mágico se introduce para salvar a la protagonista y la película comienza a bifurcarse. Nadie sabe quién llevó a cabo el crimen, y la policía, claramente misógina, culpa a Ada. Varias amigas de ella aseguran haber visto a Souleiman esa noche y pronto se enferman misteriosamente; incluso el detective Issa Diop ( Amadou Mbow ), que investiga el caso, muestra los mismos síntomas. De repente todo es claro: los muertos han regresado.

Si los hombres vivos y ricos poseen los cuerpos femeninos para su propio goce, los muertos pobres lo hacen para terminar sus vidas inconclusas; para amar, para hacer justicia y para inspirar la revuelta. Será mejor que los espectadores descubran por su cuenta cómo, pero es importante resaltar la incongruencia de la que hablaba al principio. Si los muertos poseen los cuerpos de los vivos, ¿cómo vieron las amigas de Ada a Souleiman? Es un error grave que Diop convierte en poesía cuando se da el inevitable reencuentro de los amantes. Ada baila con un hombre de ojos blancos pero ve en un espejo a quien amó en vida. Junto con otras acciones inverosímiles, Atlantique revela así un carácter fantasioso que adquiere más sentido si se ha visto el cortometraje Mille soleils (2013).

Retrato de la soledad

y la añoranza del protagonista de Touki Bouki (1973), que dirigió Djibril Diop Mambéty —los apellidos coinciden porque Djibril es tío de Mati—, Mille soleils abandona el realismo hacia el desenlace para construir desde lo visionario. Atlantique, otro filme sobre la añoranza, abandona nuestro mundo para también resolverlo desde lo imposible, y es así, como sueño, que debemos entender su lógica. Incluso el plano final de la película contiene en cierto modo más deseo que materialidad. Ya sabrán los espectadores a cuál me refiero, pero me parece que Diop no está asumiendo que ante tantas opresiones el futuro esté garantizado como femenino. Más bien, como militante, parece estar deseando y peleando por que así lo sea.

Twitter:@diazdelavega1

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