Si no te detenemos a tiempo,
Andrés, vas a creer que estás
caminando en el agua.
—Brozo

Andrés Manuel es un hombre trabajador, austero y honesto, cuyo compromiso con los pobres es auténtico; repudia el dispendio, la frivolidad y los arreglos entre integrantes de los poderes económico y político que les han permitido lucrar de la hacienda pública.

Estos ingredientes de su personalidad son admirables. Pero, en contaste, desconciertan otros rasgos de su genio; destaco dos: la megalomanía que se expresa en su idea de ubicarse a la altura de los grandes próceres de la Patria y la mixtura de su religiosidad con el desempeño de su función pública.

Se cuenta que en el año 1983, cuando Andrés Manuel era presidente del PRI en Tabasco, Darwin González Ballina, entonces dirigente de la CNC, lo invitó a un día de campo a las orillas del río Grijalva. Mientras la mujer de su amigo preparaba la comida, Darwin lo invitó a darse un chapuzón en el río, se arremangaron los pantalones y se metieron al torrente. Al venir de regreso de cruzar el río, Andrés Manuel sintió que algo lo jalaba hacia abajo, tomó impulso y salió a flote. Pero de nueva cuenta volvió a ser tirado hacia abajo, se impulsó de nuevo, pero no logró salir, entonces le pidió a Dios que lo salvara si tenía alguna misión para él; se impulsó de nuevo y logró salir. Ya no se quedó a comer, se fue directo a la casa de su madre y le contó lo ocurrido; doña Manuela lo llevó al templo, le pidió que nunca olvidara esa experiencia y le dijo que si Dios lo había salvado era porque tenía una misión.

Es a partir del reconocimiento de su experiencia mística, que pueden entenderse su narcisismo, su religiosidad... y sus contradicciones. Está convencido de que tiene una misión trascendente y la persigue infatigablemente 16 horas al día, todos los días.

Hoy, su discurso está, cada vez más, salpicado de citas religiosas: “Admiro la vida y la obra de Jesús porque se definió a favor de los pobres… Dio su vida por los desposeídos. Es bellísima esa forma de vida, esa filosofía, esa doctrina. Entonces, si me dicen de qué religión (soy), pues de ésa…” “La riqueza —postula—, es un sinsentido, porque es en la pobreza en la que se puede ser feliz”. Su movimiento, hoy partido, se llama Morena, como la señora del Tepeyac.

Las citas evangélicas se multiplican: “El no pagarle a tiempo a un trabajador no sólo es un delito, se viola la Constitución, es un pecado, está en la Biblia, en el Antiguo Testamento”. “La corrupción —predica—, no es solo un cáncer social, es un pecado”. Pero Andrés no ofrece combatirla, reducirla, sino acabarla, aunque solo el Creador tendría el poder para terminar con la corrupción que está presente desde tiempos inmemoriales y en todos los espacios.

Andrés Manuel cree en la esencia bondadosa del pueblo y, contra toda evidencia, está convencido de que combatir la corrupción, el mal mayor, solo exige austeridad y honestidad; cree en el poder prodigioso del buen ejemplo y despreciando normas elementales de protección a un jefe de Estado, corre riesgos y replica: “El que actúa bien no debe temer nada”.

Pero, los mexicanos vivimos con miedo ante la bestialidad de los criminales y sus mensajes de amor no van a cambiar el alma endurecida de delincuentes que asesinan, secuestran y despedazan a sus víctimas.

No sé si algún día López Obrador se convencerá de la ingenuidad de sus planteamientos (“abrazos, no balazos”), pero en todo caso, será muy tarde y, como él lo sabe bien, hubo hace dos mil años un hombre excepcional que no aspiraba al poder terrenal y predicó el amor, pero terminó crucificado.



Presidente de GCI. @alfonsozarate

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