Leer, a partir de la realidad mexicana, el libro Miedo. Trump en la Casa Blanca, de Bob Woodward —el legendario reportero del Washington Post que, con Carl Bernstein, reveló la trama del Watergate—, permite encontrar sorprendentes paralelismos entre Trump y López Obrador.

Aunque sus orígenes familiares y las rutas escogidas para el ascenso político son contrastantes —el mundo de los negocios en el caso de Trump; el activismo social en el de López Obrador—, los dos llegaron al súmmum del poder en sus respectivos países con la idea de hacerlos más grandes, aunque los están haciendo más pequeños y vulnerables y en ambos casos no se trata de un salto adelante sino al pasado.

Líderes anti-institucionales, son casi idénticos en su confianza absoluta en su propia intuición (“improvisar, actuar por impulso”, p. 122) y en su recelo hacia la información “dura” que contradice sus propias intuiciones; también coinciden en su anti-intelectualismo (Bannon le recomienda a McMaster: “No le des lecciones a Trump. No le gustan los profesores. No le gustan los intelectuales”, p. 119). También los acercan las ocurrencias que sustituyen la planeación estratégica. Pero, además, su estilo de gobierno es casi idéntico: desordenado, que no respeta las áreas de competencia.

Los identifica también su egolatría (Porter, secretario de personal de la Casa Blanca, reconoce: “Sabía que era un narcisista, que lo veía todo desde el punto de vista del impacto que tendría sobre sí mismo”, p. 206). López Obrador se sitúa desde ya a la altura de los grandes héroes de la Patria.

Cuando Trump se rehúsa a escuchar la voz de los altos mandos del Ejército porque “prefiere escuchar la voz de la tropa” (p.160 y 161), recuerda a un Andrés Manuel que recorre los municipios más pobres para escuchar la voz de los pueblos originarios.

El equivalente a los tuits de Trump (“Es la manera en que hablo con la gente directamente, sin filtros”, p. 252) son las conferencias mañaneras de Andrés Manuel; otro ingrediente en común es su compulsión por maltratar en público a quienes discrepan o cuestionan sus proyectos. López Obrador suelta adjetivos como “corruptos”, “maiceados”, “alcahuetes” y Trump no duda en llamar idiota, incompetente o en denigrar a quienes disienten de sus ideas.

Los acerca, igualmente, su nacionalismo aldeano y la idea de que Dios jugó a su favor (“Sabes que nunca lo habríamos conseguido si Dios no hubiera intervenido”: Bannon, p. 262); el tabasqueño cree tener una misión que le encargó el Creador.

Pero hay también importantes diferencias: mientras los miembros del equipo de Trump en su mayoría son funcionarios con trayectorias muy sólidas que alertan, discuten y, al final, hartos de los absurdos, dimiten; los de Andrés Manuel —salvo excepciones, como la de Carlos Urzúa—, son feligreses convencidos de la superioridad intelectual y ética de su jefe; no argumentan, menos aún replican, solo callan y obedecen.

Trump es un mujeriego y deshonesto, López Obrador monógamo y moralista. Trump está acostumbrado a “untarles la mano” a los políticos para hacer sus negocios; Andrés Manuel se propone acabar con la corrupción, origen de todos los males.

Difieren también en la proclividad a la violencia de Trump (hasta nos propone su apoyo para emprender una guerra que desaparezca a los narcos de la faz de la tierra), que contrastan con los llamados a cambiar balazos por abrazos y sus invocaciones a las mamacitas de los malandrines.

Después de leer Miedo. Trump en la Casa Blanca, me pregunto, dada la compulsión presidencial por derruir, en vez de regenerar, ¿cuánto falta para que se publique un libro homónimo: Miedo. Andrés Manuel en Palacio Nacional?

CNDH.- Y en medio de la gritería se deja escuchar una voz apocada que, como eco de otro tiempo, dice: “No te preocupes, Rosario”.


Presidente GCI.
@alfonsozarate

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