—Antes del desembarco americano —respondió Jack, el árabe iba a caballo y su mujer lo seguía a pie, detrás de la cola del caballo, con su hijo en la espalda y un gran fardo en equilibrio sobre la cabeza. Desde que los americanos han desembarcado en África del Norte se ha producido un gran cambio. Cierto es que el árabe sigue yendo a caballo y la mujer a pie, como antes, con su hijo a cuestas y un fardo sobre la cabeza, pero no va detrás de la cola del caballo; ahora camina delante. A causa de las minas.
Curzio Malaparte. La piel
Algo profundo debe cambiar en nuestro país, en nuestra cultura, y hacerlo ya. Cada vez es más insoportable la indolencia de las autoridades y el silencio o la complicidad de sectores sociales ante la furia desatada contra las mujeres; el maltrato, el hostigamiento, las violaciones y los asesinatos se han convertido en una realidad tan oprobiosa que entristece, intimida e indigna. Todos los días crecen los índices de esta estadística siniestra: según el Secretariado Ejecutivo, cada dos horas y media en México matan a una mujer y, en su inmensa mayoría, los crímenes permanecen impunes. Somos una sociedad enferma.
Y esta realidad muchas veces empieza en la propia casa por el padre, los hermanos o la pareja. Sin embargo, muchas de estas experiencias se ignoran porque las mujeres temen denunciarlas y cuando se revelan, suelen encontrar por respuesta la mojigatería de alcaldes, legisladores y curas que culpan a las mujeres por su coquetería, por vestir como les da la gana, por arreglarse para verse bonitas; acompaña a este desdén la actitud pusilánime de autoridades policiales y de procuración de justicia. Con frecuencia, acudir a denunciar es exponerse a nuevas vejaciones y burlas por el personal a cargo en las agencias del Ministerio Público. Y frente a esto, ¿cómo no entender la rabia de tantas mujeres al sentirse vulnerables e indefensas?, ¿cómo no escuchar sus gritos?
La condición de mujer ha sido estigmatizada por siglos. En la antigüedad, muchas de las prohibiciones más atroces de origen religioso hacían de la mujer su víctima. El Deuteronomio condenaba a ser lapidada hasta la muerte, a la joven que una vez tomada por esposa, fuera hallada no virgen, y en el siglo II de nuestra era, Tertuliano decía: “Mujer, eres la puerta del infierno”. Mucho camino hemos andado desde entonces, pero no lo suficiente. ¿Cuántas veces en México se repite la frase machista de que las mujeres, como las escopetas, deben estar “cargadas” y arrinconadas?
Por siglos la sociedad frenó la participación de las mujeres en el arte, la economía y la política. La igualdad jurídica que establece el Artículo cuarto de la Constitución —“El varón y la mujer son iguales ante la ley”— resulta una caricatura en nuestra realidad.
No habrá forma de hacer un mejor país mientras no garanticemos el cuidado de las mujeres. Hay mucho por hacer en el campo educativo, en el de la comunicación social y en la formación colectiva, para promover una cultura de respeto a los derechos de la mujer. Hay que atender la violencia intrafamiliar en la que, muchas veces, se enquistan males mayores, para todo ello se requiere la convergencia de esfuerzos de entidades gubernamentales, legislativas y sociales, incluyendo las instituciones de investigación.
Las mujeres no se sienten seguras en la calle y a veces ni siquiera en su propia casa, viven con miedo. Quienes son capaces de robarle la alegría a las mujeres, de ultrajarlas y asesinarlas, son unos monstruos; si existiera el Infierno, tendría un lugar especial para ellos. Pero quienes no creemos en la justicia en el más allá, exigimos a nuestros gobernantes que dejen de simular. Como dijo Alejandro Martí: Si no pueden, que renuncien.
Presidente de GCI. @alfonsozarate