Ya lo había advertido Ricardo Monreal: “la abyección no se me da”. El maltrato y el ninguneo que llevó a excluirlo de la lista de los aspirantes de Morena a la candidatura presidencial, se acentuaron después de las elecciones intermedias. Tras el resultado electoral en la Ciudad de México —la pérdida de nueve alcaldías— sembraron en la mente del presidente la “deslealtad” de su viejo aliado. Cierta o falsa la imputación, desde entonces López Obrador le expresó de distintas maneras su enojo.

Pero estaba también la osadía de mostrar una cierta autonomía: “Si me cierran la puerta, abriremos otras porque yo no desistiré, ni declinaré y quiero encabezar el gobierno de la reconciliación, no del odio ni la confrontación”. Quedaba, para cerrar, la brusca manera en que respondió a la pretensión del presidente de adscribir la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional con un simple decreto o, si no fuera suficiente, con una reforma legal. “Hasta un estudiante de primer año de Derecho sabe que esto no es posible sin una reforma constitucional”, explicó.

Pero el punto de quiebre fue el desaire de los secretarios de Gobernación, Defensa, Marina y Seguridad Ciudadana a la plenaria del martes y los reproches del senador César Cravioto, que leyó esas ausencias como un gesto hacia el Senado (no se atrevió a decir hacia Monreal) por “sus mensajes políticos contradictorios, por no respaldar el proyecto de transformación y asumir una postura crítica hacia el presidente.”

En su discurso introductorio a la plenaria, Monreal definió a la 4T como una transformación de dimensión histórica, al tiempo que pronunciaba, as usual, elogios desmesurados al presidente. Sin embargo, la imputación de Cravioto lo empujó al deslinde: no se trata de convertir a la mayoría parlamentaria en apéndice del titular del Poder Ejecutivo, sino de honrar el principio de división de poderes.

La relación de Monreal con el presidente ha sido compleja: desconfía uno del otro, pero se usan mutuamente: asumió la coordinación del grupo parlamentario obradorista en el Senado por decisión de Andrés Manuel, quien justificó su decisión como efecto de un acuerdo político. El presidente pone y el presidente quita.

¿Qué sigue? Se abren dos escenarios: el primero, el fin de la simulación: por las buenas o por las malas, además de la presidencia de la Junta de Coordinación Política, Monreal dejaría la coordinación del grupo parlamentario. No habría desbandada, con él, apenas unos cuantos senadores romperían con Morena, mientras el resto refrendaría su lealtad al proyecto y al líder.

El segundo: la puesta en marcha de una operación de control de daños. Contra la altanería del presidente que quisiera verlo de rodillas, se impone el pragmatismo porque reconoce que la ruptura pondría un serio obstáculo a sus iniciativas en el último tramo del gobierno; le perdonan la vida (política).

No obstante, parece que después de meses de vacilaciones ahora sí Monreal cruzó el Rubicón: la suerte está echada (alea jacta es). En Movimiento Ciudadano, Dante Delgado se frota las manos.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario
@alfonsozarate

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