A 33 años de su asesinato, el director Manuel Alcalá explora, en su documental “Red privada. ¿Quién mató a Manuel Buendía?” (Netflix), la personalidad del columnista más influyente en la década de los ochenta, sus temas, su entorno y sus enemigos; muestra la descomposición de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), el órgano de inteligencia del Estado mexicano, su protección a narcotraficantes, sus prácticas de espionaje a personas “interesantes”, como el propio Buendía y su papel al servicio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Como pocos, Manuel Buendía supo aquilatar la significación del periodismo como método cívico para observar la realidad, esclarecer el sentido de los hechos, denunciar la injusticia y combatir la impunidad.
Don Manuel asumió el periodismo como una cruzada para encontrar lo que se escondía detrás de las fachadas, la realidad por dura que fuera, por incómoda o irritante que resultara para los poderosos, y aceptó los riesgos que esto implicaba, desde las propuestas seductoras hasta las amenazas de muerte, como la que se concretó arteramente el 30 de mayo de 1984.
El autor de Red Privada, la columna política más influyente en México, fue un maestro en el más alto sentido de la palabra, sabía que formar periodistas comprometidos con la verdad, con la honestidad y con el amor a la Patria era uno de los legados más importantes que podía dejar, así, afirmaba: “de la clase de periodismo que tenga un país, dependerá en mayor medida su éxito o retraso en la búsqueda de la justicia y la democracia”.
Y ese era el periodismo que practicaba: de denuncia fundada, de crítica basada en hechos y datos verificables; de valentía, pues todo señalamiento lo hacía de frente.
Si algo no cuadraba con don Manuel era la solemnidad, porque pensaba que detrás de ella se escondía la ignorancia y la pedantería, y con ella distinguía otros dos grandes males en el periodismo: la mediocridad y el envilecimiento.
Manuel Buendía tocó lo intocable (la ultraderecha, la CIA, los cacicazgos, el ascenso del narcotráfico) y lo hizo con datos precisos y con una gran valentía porque no ignoraba que cada denuncia podía provocarle la muerte.
Como ocurre con los columnistas más destacados, don Manuel construyó relaciones con los actores políticos y con quienes tenían acceso a información privilegiada, aceptaba tomar un café con el presidente o comer con un miembro del gabinete y, sin ingenuidad, sabía que lo querían usar, pero él decidía qué publicar y cuándo. Así era su “amistad” con José Antonio Zorrilla, director de la DFS, autor intelectual de su asesinato.
Por su acucioso trabajo de investigación, por su redacción ágil y punzante y por su talento para buscar, encontrar y develar verdades, para armar rompecabezas, hoy lo seguimos extrañando. En estos tiempos difíciles, cuando desde el poder se intenta construir un país de unanimidades, el país de un solo hombre, cómo se extraña su lúcida, certera y valiente Red Privada.
@alfonsozarate