Porfirio Muñoz Ledo es uno de los protagonistas mayores de nuestra azarosa transición democrática. En un entorno en el que prevalecen la mediocridad y la simulación, Muñoz Ledo sobresale por su inteligencia, cultura, creatividad y su compromiso con México.
En todos los espacios en los que ha incursionado, lo mismo en la administración pública que en las tareas partidistas, en la docencia o en la diplomacia ha sido un pensador con un claro compromiso social, un ágil polemista y un visionario; destaca, como secretario del Trabajo y Previsión Social, su contribución a la recuperación de los salarios de los trabajadores.
En 1987 se produjo una fractura en un régimen acostumbrado a las unanimidades y a aplastar a la disidencia. La Corriente Democrática, esa iniciativa que desbalanceó al hasta entonces poder incontestable del PRI, fue, en gran medida, una creación de Muñoz Ledo.
La hazaña de la Corriente, que encabezó con Cuauhtémoc Cárdenas, convirtió a la insólita agregación de grupos y grupúsculos en un formidable trabuco que despertó el entusiasmo ciudadano y derrotó a la maquinaria política del tricolor, aunque la respuesta del aparato político, con Manuel Bartlett al frente, fue el fraude, “la caída del sistema”.
Recuerdo que en los días previos a la jornada electoral, Porfirio acudió al Centro de Estudios México-Estados Unidos de la Universidad de California en San Diego para sostener un debate con Manuel Camacho Solís, que representaba al candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari; en algún receso se armó una charla en los pasillos, al uso de la palabra don Adrián Lajous Martínez definió en unos cuantos trazos su perfil: “Algunos dicen que a Porfirio le falta un tornillo —provocó don Adrián— ¡que va!, le sobran; hubo un año en el que fue al mismo tiempo campeón de oratoria, de natación y de box.”
La bancada en el Senado del Frente Democrático Nacional en la 54 legislatura —la primera vez que el régimen le reconocía el triunfo a la oposición— estaba integrada solamente por Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, en representación del Distrito Federal y Roberto Robles Garnica y Cristóbal Arias, por el estado de Michoacán; no hacía falta más, una sola voz, la de Muñoz Ledo, sacudía el escenario político.
Porfirio ha sido uno de los más lúcidos dirigentes de la social democracia en el mundo, de allí el respeto que le tenían lo mismo Willy Brandt que Olof Palme y fue también quien reveló el papel estelar que jugaba en la oscuridad el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios (CMHN), lo hizo en una entrevista que EL UNIVERSAL publicó en su primera plana el 14 de agosto de 1987. “No es en foros millonarios con las cúpulas, en los que se entra en contubernio con ellas, en donde debe decidirse el futuro del país,” denunció Muñoz Ledo. La revelación obligó al PRI a organizar una simulación que intentara negar el papel que jugaban los dueños del dinero en la sucesión presidencial, le llamaron la comparecencia de “los seis distinguidos priistas”.
Pero, claro, con todos sus talentos y contribuciones al desarrollo político de México, Porfirio es un hombre de carne y hueso con grandes cualidades pero también con defectos humanos, muy humanos que, sin embargo, no logran oscurecer sus contribuciones a la democracia en México.
Y hoy, como diputado federal de Morena, advierte a sus correligionarios sobre el riesgo de que la bancada del partido oficial resulte un remedo de la abyección al presidente de las bancadas del PRI en sus peores años y llama golpistas a quienes pretenden reponer el proceso de selección de los aspirantes al Consejo General del INE que, con pulcritud, realizó el Comité Técnico de Evaluación.
No tengo dudas, Muñoz Ledo es un personaje irrepetible del siglo XX mexicano y de este tramo del nuevo siglo, un auténtico hombre de Estado.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario @alfonsozarate