El espionaje existe desde tiempos inmemoriales. Todos los gobiernos —democráticos o autoritarios— necesitan contar con servicios de inteligencia que los alerten sobre riesgos y amenazas a su seguridad nacional (subversión y terrorismo, principalmente). Sin embargo, los regímenes totalitarios suelen hacer un uso faccioso de esos instrumentos para perseguir o intimidar a sus adversarios y críticos.

La Gestapo, en la Alemania nazi, y la KGB, del régimen soviético, perfeccionaron sus métodos para la intimidación y el control de la población, lo que se replicaba en los países satélites de la URSS. La Stasi, el Ministerio para la Seguridad del Estado de la Alemania Democrática, tenía más de 90 mil empleados regulares y casi el doble de empleados irregulares (informantes).

En la Cuba de hoy, los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) forman parte de un sistema policiaco implantado en cada manzana de pueblos y ciudades en el que unos vecinos vigilan y denuncian a otros.

La adicción morbosa por conocer vida y milagros de personajes “interesantes” (sus placeres ocultos, sus vicios, sus preferencias sexuales, sus fuentes de información y sus traiciones) no excluye a los miembros del propio gobierno.

Más allá del escándalo que regresa sobre el uso del software Pegasus para espiar periodistas, activistas sociales y críticos del gobierno, lo cierto es que, en nuestro país, los gobiernos de todo signo han desviado recursos valiosos que deberían alertar sobre riesgos a la seguridad nacional, para vigilar a quienes solo ejercen su derecho a la disonancia y a la crítica.

Pero en las décadas recientes, el espionaje se ha “democratizado”, son múltiples las instancias del gobierno federal, de los estados y de gente con los recursos suficientes que disponen de los más modernos instrumentos para espiar a sus competidores... o a sus parejas.

Aunque lo niegue, este gobierno también espía, pero lo hace con una enorme ineptitud. En sus sesiones mañaneras el presidente muestra los resultados de lo que andan escarbando sus sabuesos: las inconsistencias entre los ingresos y el patrimonio y el nivel de vida de sus opositores, por ejemplo.

Mucho tiempo y muchos recursos públicos emplea la 4T para rastrear a sus críticos, a organismos de la sociedad civil y a periodistas incómodos. Pero son tan ineptos que presentan gráficos viejos, como el del consejo consultivo de Mexicanos contra la corrupción, o exhiben, como si fuera recientes, reportajes de hace varios años como el de Forbes.

Las agencias de inteligencia son indispensables para el Estado, democrático o autoritario. Lo que es imperativo es disponer de un sistema de regulación y control (judicial o legislativo) que evite las distorsiones y los excesos.

Hoy resulta claro que en el gobierno de Peña Nieto el espionaje sobre sus opositores fue una tarea prioritaria. ¿Quiénes resguardan los expedientes sobre López Obrador, su esposa y sus hijos, su cardiólogo y hasta su chofer? ¿Eso explica el respeto que muestra la 4T sobre Enrique Peña Nieto, Luis Videgaray y otros? ¿El temor a que les saquen sus “trapitos al sol”?


Presidente de Grupo Consultor Internacional.
@alfonsozarate