En la última y definitiva encuesta para decidir quién sería el presidente del Partido, pasó lo que tenía que pasar: Morena estrena un gerente de la estatura y la condición que exige la “ lealtad ciega ” al proyecto.
Mario Delgado, un político sin carisma y deficiente operador político, ocupará un cargo más parecido a una gerencia general que a un liderazgo político. Y esto porta problemas de distinta magnitud porque para profundizar su proyecto y ante lo que viene, la 4T necesita algo más que docilidad y disciplina: preparar las estructuras en las secciones y en los distritos electorales en todo el país, acelerar la formación política de los cuadros, promotores del voto y militantes, construir una oferta atractiva, identificar a los mejores cuadros para postularlos a las distintas candidaturas. Sin embargo, ante la disyuntiva de optar por un compañero de luchas experimentado, culto e inteligente, pero crítico, con voz propia, o un subordinado, se optó por el subordinado.
Si durante el primer tramo de su gobierno, López Obrador se desentendió de su partido, hoy que lo observa disminuido, afectado por las pugnas internas y con malos resultados (las derrotas en Coahuila e Hidalgo algo dicen del implante de Morena), no puede permitirse que Morena se convierta en un lastre para la consolidación de la 4T.
La competencia por la dirección de Morena sirvió también para mostrar la ausencia de liderazgos de estatura nacional. En el partido pululan cientos de lidercillos de distinto talante, grillos hábiles para el control de grupos, lambiscones que se esfuerzan por encontrar nuevos elogios al líder, pero dispuestos a brincar hacia la nueva opción de poder, a la primera oportunidad que se les presente.
Además, está lo que viene: el carácter crucial de las próximas elecciones —no solo las gubernaturas y las otras posiciones locales en disputa sino, esencialmente la renovación de la Cámara de Diputados, indispensable para aprobar las iniciativas de reformas a la Constitución y a las leyes—. El presidente López Obrador no tendrá más remedio que asumir directamente la conducción del partido.
Con la discreción que sea necesaria, como ya lo hizo desde la Cámara de Diputados, Mario Delgado acordará con el presidente las líneas estratégicas, las propuestas de dirigentes territoriales y de candidatos y todo lo relevante. Para alcanzar ese objetivo será indispensable, también, que Mario Delgado acuerde con Gabriel García Hernández, coordinador de los llamados “servidores de la nación”, la estrategia político-electoral: el uso del censo que levantaron en más de 30 millones de familias con nombre, domicilio, sección electoral, teléfono y todo lo necesario para movilizarlos a las urnas el 6 de junio. El argumento para persuadir a los viejos, a los discapacitados y a los jóvenes de acudir a las urnas y votar por los candidatos de Morena es implacable: el triunfo de Morena es la condición para que sigan recibiendo los apoyos del gobierno federal. ¿Se imaginan otro argumento más convincente?
Pero Delgado no la tendrá fácil, operará con cuadros que lo observan con recelo. Bertha Luján, presidenta del Consejo y una militante de la izquierda de toda la vida y en la secretaría general, la senadora Citlali Hernández, cercana a Claudia Sheinbaum. Además, una vez superada la prueba de las urnas el próximo año, inicia la disputa por la candidatura presidencial en Morena.
Ante el resultado de la encuesta, López Obrador podrá repetir la frase que pronunció hace unas semanas: “Es mucho pueblo para tan poco dirigente”.
@alfonsozarate