Abandonada y deprimida, Rosario Robles se dobló, se acogerá al “criterio de oportunidad”. Lleva quince meses en prisión y había resistido muchas presiones, pero las nuevas acusaciones por delincuencia organizada y lavado de dinero, la traición de Emilio Zebadúa, su colaborador más cercano a quien ahora llama “rata” y el abandono de su jefe y de sus antiguos compañeros, fue demasiado.
Rosario fue un personaje clave del gobierno de Enrique Peña Nieto, una verdadera cleptocracia que asaltó el poder y que, una vez allí, no tuvo llenadera.
Acostumbrados a los pactos mafiosos, Peña y Videgaray pensaron que sus acuerdos con López Obrador les garantizarían la impunidad. De hecho, a partir de su triunfo electoral, el candidato triunfante tuvo frases de reconocimiento para Peña Nieto, lo llamó demócrata y dijo que no había intervenido en las elecciones, ocultando que el gobierno peñista hizo todo para descarrilar la candidatura de Ricardo Anaya. El Joven Maravilla había ofrecido que de ganar la Presidencia metería a Peña a la cárcel. El entonces encargado del despacho de la Procuraduría General de la República, Alberto Elías Beltrán, le armó investigaciones que cumplieron su objetivo: cuestionar la rectitud del queretano.
Una vez que López Obrador se instaló en la Presidencia, Peña y Videgaray se fueron tranquilos, uno a disfrutar de su nuevo noviazgo a Europa y Estados Unidos. La pareja paseaba por Bruselas, Andalucía y Madrid y también por Nueva York; mientras el otro, Videgaray, se refugiaba en la actividad académica en el Instituto Tecnológico de Massachusetts.
Rosario va hablar pero no va a decir todo lo que sabe. La Estafa Maestra fue una operación que requirió tejer densas redes de complicidad. Una porción de los dineros —la que no se embolsaron— se desvió para la operación electoral y sirvió para comprar lealtades de líderes comunitarios, pero también de periodistas y medios que recibieron recursos en efectivo y por debajo (o por encima) de la mesa, que no se registraron ante la autoridad electoral.
Por otra parte, hay que recordar que Rosario fue la creadora de las llamadas Brigadas del Sol que operaron durante la campaña de López Obrador para la jefatura de gobierno. Se trataba de jóvenes estudiantes universitarios que levantaban padrones de los beneficiarios de la ayuda social del gobierno del Distrito Federal para sacarles raja político-electoral. Rosario le vendió su experiencia a Peña Nieto y Peña Nieto la ubicó en Sedesol, donde fabricó una nueva versión de aquellas brigadas: la Cruzada contra el hambre.
Hoy, los “servidores de la nación” —el ejército civil del presidente— parecen una réplica en grande de aquellas Brigadas del Sol o de la Cruzada contra el Hambre, y levantan una radiografía muy completa de los pobres y beneficiarios de las ayudas sociales del gobierno, porque saben que la ayuda social se traduce en clientelas y las clientelas en votos.
Rosario Robles va hablar pero no va a decir todo lo que sabe.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate