En nuestra defectuosa democracia está en curso un intento atropellado de concentrar el poder en una sola persona y esto exige acallar las voces disidentes. Lo incongruente es que algunos cuadros con una trayectoria de lucha contra el autoritarismo desde los tiempos de Díaz Ordaz, hoy guarden silencio o, incluso, apoyen la captura o la demolición de instituciones diseñadas para ser contrapesos democráticos.

¿No les perturba a quienes fueron luchadores sociales que Manuel Bartlett Díaz, el duro secretario de Gobernación que instrumentó el fraude electoral de 1988 y fue jefe de José Antonio Zorrilla, director de la temible Dirección Federal de Seguridad (DFS) que ordenó el asesinato de Manuel Buendía, ahora sea parte del bloque gobernante? ¿No les inquieta que los grupos evangélicos más retrógrados estén en la primera fila? ¿Que el Partido Verde, emblemático de la suciedad política, haya acompañado a Morena en las elecciones presidenciales y siga formando parte de la coalición gobernante?

Y junto a los viejos activistas sociales que hoy callan como momias, están también —apoyando los desatinos— integrantes de una nueva generación, los chayoteros de hoy que multiplican sus chambas y sus ingresos: son académicos y al mismo tiempo funcionarios públicos y conductores o participantes de programas en la televisión y en la radio públicas.

A cambio de ese chambismo que les permite jugosos ingresos —muy superiores a los del presidente de la República, como ha documentado la revista Etcétera— asumen una defensa a ultranza del gobierno y despliegan, muchas veces desde los medios públicos, un ataque feroz a las voces críticas. Algunos de ellos, que fueron durante mucho tiempo académicos respetados y analistas críticos al poder, hoy hacen malabares para explicar y justificar lo injustificable, la militarización del país, por ejemplo.

¿Nada les dicen a estos intelectuales orgánicos los arreglos en la cúpula con quienes hasta hace poco eran miembros de “la minoría voraz” y hoy se benefician de los más jugosos contratos y concesiones porque, en los hechos, la promesa de separar al poder político del económico resulta una parodia?

¿No les incomoda que el presidente que se decía juarista invoque en sesiones públicas al Sagrado Corazón de Jesús y muestre estampitas religiosas, el Detente, como sus protectoras?

¿Cómo justifican que mientras le pide a empresas agonizantes —que sin tener ingresos por el cierre obligado, siguen pagando salarios, impuestos y servicios— que no despidan personal, su gobierno despida a miles de servidores públicos, les recorte sus ingresos y les haya mutilado sus prestaciones legales?

¿Qué explica el silencio de unos y el trapecismo de otros que en el pasado censuraron los excesos del poder? Aunque no se justifique puede explicarse la devoción al líder de los beneficiarios de las pensiones (“amor con amor se paga”). Pero, ¿cómo explicar que quienes solían hacer análisis políticos implacables de los gobiernos del PRI y de los panistas de la primera alternancia hoy callen o defiendan lo indefendible y se hayan convertido en textoservidores?

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario. @alfonsozarate

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