La sucesión adelantada ha tenido como uno de sus efectos perniciosos, desatar una confrontación —unas veces soterrada y otras abierta— entre quienes aspiran, en Morena, a que el Gran Dedo los señale.

Parece evidente que López Obrador tiene candidata y es la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, quizás con esa convicción se perfila “la cargada”: los consejeros áulicos del presidente (su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, y su vocero Jesús Ramírez Cuevas, entre otros) se suman a Claudia y también lo hacen legisladores y gobernadores, como Layda Sansores.

Sin embargo, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López no aceptan ser descartados porque saben que algo, un hecho repentino, azaroso quizás, puede modificar lo que parece inevitable como ocurrió en la sucesión de Díaz Ordaz, un anticomunista que tenía un candidato in pectore —que era Emilio Martínez Manatou—, pero al final, persuadido por reportes de inteligencia de que su secretario de la Presidencia simpatizaba con la izquierda, se decidió por Luis Echeverría.

Ese parece ser también el juego de Ricardo Monreal, esperar el milagro, por eso resiste, aún a regañadientes, el ninguneo del Gran Elector. Le complican la cosas el hecho de que, para algunos en Palacio Nacional y en el equipo de Claudia, es un personaje incómodo, sobre todo, porque en ocasiones tiene el atrevimiento de expresar ideas propias y porque tiene cuentas pendientes, particularmente, por su supuesta “mano negra” en las elecciones intermedias en la Ciudad de México, donde Morena sufrió derrotas muy dolorosas. Para algunos, Monreal es un estorbo que quieren borrar del mapa sucesorio, pero se equivocan.

Dice el refrán que “cuando la perra es brava hasta a los de casa muerde” y eso está haciendo Layda: mordiendo a los de casa. Un golpeteo innecesario y torpe, porque aunque Monreal no tenga forma de convencer al presidente de que lo escoja, sí puede ser un adversario fastidioso porque no está manco y tiene con qué torpedear a la consentida del profesor y al propio presidente.

Layda Sansores porta los genes de su padre, Carlos Sansores Pérez, El Negro, cuya corrupción era famosa en la década de los 70 del siglo pasado. En aquellos años se decía: “Sansores no es de Campeche; Campeche es de Sansores” y, por cierto, Alejandro Rojas Díaz Durán, uno de los operadores de Monreal, ha divulgado el patrimonio inmobiliario de Layda y su familia, que alcanza proporciones de escándalo.

La difusión que hizo la gobernadora de grabaciones ilícitas donde se escucha a un procaz Alejandro Moreno enseñando el cobre, contribuyó para doblarlo. Pero golpear a Monreal no puede ayudar, sino todo lo contrario, al diseño de la sucesión presidencial de López Obrador.

No solo eso, en el último tramo de su gobierno, el presidente tiene muchas iniciativas pendientes y para aprobarlas necesita de un operador político eficaz en el Senado, como Monreal, así que empujarlo a romper con Morena dejaría damnificado al propio gobierno. ¿Se impondrán las rabietas sobre la racionalidad política?

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Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario
@alfonsozarate

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