La salud del Presidente es un tema de seguridad nacional porque una enfermedad puede disminuir su condición física y afectar su capacidad para entender la realidad y tomar decisiones y, desde luego, porque un desenlace fatal generaría una disputa agria por el espacio y perturbaciones mayores en términos de gobernabilidad. Quizás por eso, en el pasado se han ocultado las enfermedades del jefe de Estado.
En el último tramo de su mandato, el presidente Adolfo López Mateos padeció aneurisma, lo que afectaba su capacidad de gobernar, y su sucesor, Gustavo Díaz Ordaz, en el entorno de la “guerra fría”, desarrolló una paranoia que lo llevó a convertir un reclamo juvenil por libertades cívicas en una conjura comunista, lo que llevó al desenlace de la trágica tarde del 2 de octubre.
En el caso de Vicente Fox, el diagnóstico de los expertos de la Rota Romana del Vaticano que estudiaron su petición para anular su matrimonio con Lilian de la Concha fue muy severo: “grave trastorno de personalidad, histrionismo (antes histerismo) y narcisismo”. En aquellos días se decía que la persona que tenía mayor protección del Estado Mayor Presidencial era Marta Sahagún, porque si le pasara algo, gobernaría Fox.
Por segunda vez en solo once meses el presidente López Obrador volvió a contagiarse de covid, por fortuna leve. Pero este nuevo contagio hace inevitable recordar sus dichos: que no robar, no mentir y no traicionar ayudaba mucho para que no diera el covid. Y recordar también al doctor Hugo López-Gatell que, anticipando al padre Solalinde que descubrió en Andrés Manuel “rasgos de santidad”, afirmaba que la fuerza del presidente no era de contagio, sino moral.
Más allá de su vigor físico, que se expresa en su capacidad de trabajo y en sus incesantes recorridos por el país, López Obrador muestra, sobre todo en su rostro, un evidente deterioro. Quizás el infarto agudo que sufrió el 3 de diciembre de 2013 le dejó secuelas. La lenta cadencia en la expresión de sus ideas, podría ser la consecuencia de micro infartos cerebrales. Pero, además, persisten otros rasgos inquietantes: su delirio de grandeza, su megalomanía: insiste en su idea de que la transformación que encabeza tiene la profundidad de la Independencia, la Reforma y la Revolución, al tiempo que sus resentimientos, fobias y odios se acentúan; es un hombre dominado por sus rencores.
Apenas el lunes pasado, cuando ya presentaba los primeros síntomas del contagio, apareció como si nada en la conferencia mañanera y, minutos antes, encabezó su junta cotidiana con el gabinete de seguridad. Contagiado por segunda vez, ¿aprenderá finalmente a ponerse el cubrebocas y mantener la sana distancia?
La suplencia en las conferencias mañaneras y en otras actividades de Adán Augusto López, le está dando al nuevo secretario de Gobernación una visibilidad y autoridad que permitirán evaluar su manejo como titular de la política interior del gobierno. De pronto, el juego sucesorio se altera; lo observan con preocupación en el antiguo palacio del ayuntamiento.
@alfonsozarate