La mentira del mito heroico culmina en la divinización del héroe. —Gustavo Le Bon.

Andrés Manuel recorre el país por última vez como jefe de las instituciones nacionales. No viaja solo, se ha hecho acompañar por la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, que aparece como una pieza del tinglado que construyó para despedirse de una etapa: la de gobierno presencial, más tarde gobernará a distancia.

La travesía llevó a los gobernadores a una competencia por el arrastre, la indignidad y la cursilería. A ver, superen esto: el gobernador de Baja California Sur, Víctor Castro, interrumpe su perorata con un nudo en la garganta y lágrimas a flor de piel.

El gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha —el mismo que ha admitido sus arreglos con el narco— reconoce en público que alguna ocasión le pidió al presidente que “le hiciera una curvita al asunto” (de la no reelección) para permanecer en el cargo.

Evelyn Salgado (Guerrero) y José Ricardo Gallardo (San Luis Potosí) no se miden: qué don Benito ni qué Madero o Cárdenas, Andrés Manuel ha sido el mejor presidente de la historia.

David Monreal, oscuro miembro de la pandilla que se han apropiado de Zacatecas, le dice emocionado: “Deja usted un legado invaluable para nuestras hijas y para nuestros nietos; un ejemplo de amor, de patriotismo, de fraternidad y de servicio para las generaciones venideras. No tenga duda de que hay un lugar en la historia de México reservado para usted.”

Lorena Cuéllar Cisneros (Tlaxcala) le declara su amor: “Nuestro presidente quedará por siempre en la historia y en la grandeza de nuestra patria. Lo amo, presidente”, mientras Sergio Salomón Céspedes (Puebla) recurre a la mochería: “Dios bendijo a México con su presencia, señor presidente. Dios bendiga a Andrés Manuel López Obrador. Dios bendiga a Puebla.”

Para enaltecerlo, los gobernadores del sur acuden a la lírica. Salomón Jara (Oaxaca): “Nosotros le ofrendamos un corazón hecho de poesía, de copal y de color; le ofrecemos un corazón de helechos y de insectos; le obsequiamos un corazón hecho de nubes y de tierra. Por su parte, María Elena Lezama (Quintana Roo) establece: “En cada riel, en cada durmiente, en cada viaducto, en cada piedra de balasto, en cada estación, en cada vagón del Tren Maya queda plasmado su legado, señor Presidente.”

Pero cómo superar la desolación de Layda Sansores (Campeche): “Nunca había llegado a sentirte tan cerca, tan hermano, tan humano, tan visionario [...] La terminación del tren coincide con el fin de tu mandato, con la orfandad en la que nos dejas... Pero ¿qué quieres, hermano Andrés? Duele hondo”.

Y como grande final —“regalo”, le llama Mario Delgado— la cabeza de Norma Piña adornada con la reforma judicial y la desaparición de todos los organismos autónomos. Andrés está ya a la altura de los grandes de la Historia, su nombre se inscribirá con letras de oro en el muro del Congreso (Noroña dixit), ya llegó al altar de la Patria.

@alfonsozarate

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