En una disputa anticipada y descontrolada por la Presidencia de la República —anticipada por las improvisaciones del titular del Poder Ejecutivo y descontrolada porque saltan a la pista lo mismo políticos ambiciosos que bufones—, los mencionados (los de verdad, no los de relleno) y sus aliados se distraen de sus quehaceres para concentrarse en la lucha descarnada por la candidatura presidencial y los poderes fácticos empiezan a moverse para intentar torcer la voluntad del Gran Elector.
Con una claridad que sorprende y con casi tres años de anticipación, López Obrador ha señalado a su elegida. No ha escatimado palabras para describirla y ha mostrado que está dispuesto a hacer todo lo que esté en sus manos, que es mucho, para remover los obstáculos que se le presenten, garantizar que sea la candidata presidencial de Morena y que se convierta más tarde, “con el voto del pueblo”, en la primera presidenta de la República.
Importa reproducir lo que dijo el presidente el 13 de mayo de 2021, teniendo a Dilma Rousseff, expresidenta de Brasil, como testigo de honor: “Aquí, en la ciudad, en la capital de la República, en la que los aztecas llamaban el ombligo del mundo, gobierna una mujer excepcional, trabajadora, honesta, inteligente y de profundas convicciones humanitarias; me refiero a la compañera Claudia Sheinbaum”.
Para subrayar su preferencia, el pasado 2 de julio, durante los festejos de Morena en el Auditorio Nacional por el tercer aniversario de su triunfo en las elecciones de 2018, el público en coro —al tiempo que abucheaba a Mario Delgado— aclamó a la jefa de Gobierno: “¡Presidenta!, ¡presidenta!” La doctora Sheinbaum se dejó querer. El mensaje, otra vez, fue inequívoco.
Ni la responsabilidad política por el derrumbe en la estación Olivos, ni el severo fracaso de Morena en las elecciones de la capital de la República —un golpe cruento en el corazón del proyecto presidencial— han podido sacudir los afectos del presidente a quien considera su hija política, su hechura. Solo sacudirían sus certezas lo que no perdona: la traición, la deslealtad, pero esto no ocurrirá. Entonces, para sacarla del juego y abrir el espacio para un candidato sustituto, solo quedan la perversidad: las zancadillas, la calumnia... o el crimen.
El “destapador”
En su momento, José López Portillo dijo que le correspondía al presidente el papel de “fiel de la balanza”. Adolfo Ruiz Cortines lo expresó de otra manera: “Corresponde al Presidente de la República la grave responsabilidad de interpretar lo que quiere y necesita el pueblo de México”. La formulación de López Obrador fue más prosaica: “Yo soy el destapador y mi corcholata favorita va a ser la del pueblo”.
En materia de sucesión, aunque el presidente diga y repita “no somos iguales,” reproduce los viejos usos del poder: se arroga la facultad de decidir quién será su sucesor. Pero para eso tendrá que cuidar y blindar a Sheinbaum a lo largo de tiempos muy duros en los que todo puede pasar.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate